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Imperios contra Estados: búsqueda de un nuevo orden mundial

Publicado el Martes, 22 Agosto 2017, en Divulgación académica

La tensión entre EE. UU. y Corea del Norte, que ha despertado el fantasma de la conflagración nuclear presente durante la Guerra Fría, sumada a la crisis siria, en la que Occidente perdió la iniciativa de buscar la negociación y finalización del conflicto, y a pugnas como las de Yemen, Libia, Ucrania, Crimea y la nada velada amenaza rusa a los países bálticos, descubren una profunda transformación del orden internacional vigente.

Foto tomada de Agencia de Noticias UN - Archivo particular

 

Este orden internacional, instaurado entre 1944 y 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial, se consolidó con la creación oficial de la Organización de las Naciones Unidas, y convivió gran parte de su existencia con un orden internacional “informal” denominado Guerra Fría, entendido como la competencia entre Washington y Moscú por obtener la supremacía mundial geopolítica, económica, militar y cultural, pero que terminó con la implosión soviética en diciembre de 1991, luego de un largo y complejo proceso político interno que dio al traste con el poder acumulado y centralizado del Partido Comunista dentro de la URSS.

Esta implosión condujo a la idea de que el mundo occidental, encabezado a la sazón por EE. UU., había ganado la competencia geoestratégica de la Guerra Fría, y en consecuencia el orden internacional de 1945 se revalidaba con prevalencia de los Estados nación al estilo occidental, dando lugar a la creencia de que la Modernidad surgida en Occidente era canónica para todo el mundo.

La realidad es más compleja, toda vez que conflictos marcados por asuntos como la identidad, la etnicidad, la religión, el honor, la idea de patria o la reconstitución de estructuras comunitarias son actualmente el centro del debate político mundial, pese a que los problemas identitarios y de viejas geopolíticas y razones históricas estuvieron presentes tanto en las guerras de los años noventa como en la etapa de construcción de pequeñas naciones y Estados. Un ejemplo de la naturaleza de estos conflictos lo representan las guerras de secesión de Yugoslavia.

Este cambio, marcado por lo que algunos autores han llamado el “giro global”, se acentuó por conflictos como los de África, especialmente el de Ruanda, y las llamadas “guerras mundiales africanas”, la guerra del Kargil entre India y Pakistán en 1999, y los atentados de 2001 contra los Estados Unidos, en los que el terrorismo salafista y yihadista tomó relevancia en el mundo exponiendo de forma aguda que las razones políticas más comprensibles para los entornos intelectuales occidentales no eran las únicas posibles, y que la religión era de nuevo una referencia importante. 

 

La visión limitada de Occidente 

Para comprender estos cambios, las potencias occidentales han tomado más tiempo del razonable. Se observa en guerras como la de Afganistán, todavía considerada como tal por parte de los EE. UU., y la de Irak, terminada oficialmente en 2011, luego de la imposibilidad de Washington de convertir a este país en una democracia laica, multipartidista, basada en un derecho constitucional separado de la religión y las tradiciones tribales. El fracaso fue tan evidente, que EE. UU. vio solo una guerra de insurgencia ante sus puertas durante los años de ocupación, cuando muchos de los alzados en armas participaban en una guerra de cuño religioso y étnico, y además emprendían procesos de repoblamiento en una geografía que pensaban modificar de acuerdo con viejos códigos territoriales y políticos.

Sin embargo, un giro importante se dio en agosto de 2008, y mientras se celebraban los Juegos Olímpicos de Beijing, Rusia y Georgia (pequeño Estado surgido de las ruinas de la URSS) se enzarzaron en una guerra que destruyó tanto la fuerza militar de Tiflis (capital de Georgia), como su confianza y proyectos políticos. Esta confrontación mostró que Rusia regresaba directamente a la escena internacional, superando el sentimiento de potencia derrotada de los años posteriores a 1992, y de frustración geopolítica que le produjo la independencia de muchas de sus antiguas repúblicas, que de alguna forma se negaba a aceptar.

De hecho, en la guerra contra Georgia la actitud del presidente Vladímir Putin frente a los desafíos de su homólogo georgiano Mikheil Saakashvili demostraba que Moscú estaba interesada en recuperar el control directo sobre su antiguo espacio soviético, impidiendo la llegada de la Unión Europea como realidad geopolítica, o de la Otan como su realidad militar y estratégica.

EE. UU. solo pudo observar esta guerra y aceptar sus resultados, mientras China apoyaba claramente a Rusia. De hecho Putin había asegurado en 2005, durante un discurso a la Nación, que la mayor catástrofe política del siglo XX había sido la implosión soviética. 

 

Otros giros de la geopolítica 

Luego han aparecido conflictos como las mal llamadas “primaveras árabes” y las guerras derivadas de estas como las de Libia, Yemen y Siria, además de los abruptos cambios de régimen en Túnez y Egipto, incluido el golpe de Estado.

Una característica importante de estos conflictos es la consolidación de una geopolítica “islámica” en la que los dos protagonistas de confrontación y referencia son Arabia Saudita, dentro del sunismo, e Irán, dentro del chiísmo. La guerra en Siria ha quedado marcada tanto por esta disputa como por la competencia renovada entre Washington y Moscú por establecer su control y direccionamiento; Washington ha apostado por crear y financiar fuerzas insurgentes como el llamado Ejército Libre de Siria, y Moscú, junto con Teherán, ha apostado por mantener a Bashar al Asad en el poder.

Empero, la iniciativa de Washington se vio superada desde 2013 por un mayor protagonismo de Moscú, luego de que renunciara a actuar en el marco de su propia línea de acción, signada por un posible castigo contra el régimen por el uso de armas químicas.

Para completar el cambio de rumbo, la República Popular de China, en particular desde el gobierno de Xi Jinping, inició una competencia por el control de Eurasia, con un proyecto geopolítico denominado “One Belt, one road”, que apuesta por reposicionar a China como civilización, Estado, sociedad y economía. Analistas occidentales se equivocan al creer que los negocios al estilo chino son solo negocios. Son mucho más, pues China se está recuperando de su pequeño periodo de crisis del siglo XX para retomar su poder, asentado en una trayectoria de larga duración que reclama su hegemonía dentro de un área geográfica considerada propia.

Por eso, desde el siglo XVI libra una tensión con Japón, cuyo punto de inflexión en 1894 se confirmó durante el siglo XX, cuando Japón dejó de ser un país aislado e intentó alcanzar una supremacía de alcance geoestratégico.

Así, los acontecimientos de estos dos últimos años siguen confirmando una profunda modificación en el orden internacional afincado en el aumento de poder de Estados no occidentales, y en el que una apuesta aislacionista no hace sino dar más poder, influencia y libertad de acción a los Estados que sean rupturistas con el orden internacional de 1945.

Trump solo ha profundizado esta tendencia, y no ha hecho nada para que su lema “Que América vuelva a ser grande” sea creíble. En esa dirección, una posible guerra contra Corea del Norte funcionaría más como un yunque que hunda las ambiciones y el prestigio norteamericano, que como una oportunidad de retomar un control del mundo, hoy prácticamente imposible. El caso de Corea del Norte plantea un escenario diferente al de los demás conflictos actuales, en particular por las implicaciones morales, jurídicas y políticas del uso de armas nucleares que traería consecuencias imprevisibles en número de víctimas, impacto ambiental y reposicionamiento de fuerzas entre EE. UU., Rusia, China y Japón. 

  • Escrito Por: Carlos Alberto Patiño Villa, director del Instituto de Estudios Urbanos 

    Para la edición: UN Periódico Impreso No. 212

     

    • Etiquetas: Prensa
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