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Ciudadanos sin ciudad

Publicado el Lunes, 08 Junio 2020, en Divulgación académica, Destacados

Es preciso recordar, una vez más, que el desarrollo humano va ligado al desarrollo urbano, y este al concepto de ciudadanía. De unas nuevas ciudadanías que parecen desorientadas.

Foto Flickr - Pedro Szekely

Por: Yino Alexander Castellanos Camacho
ycastellanosc@ucentral.edu.co

“En la calle, algo bueno va a pasar, ven sale a la calle, sal a caminar.” El estribillo de la canción de Compañía Ilimitada suponía una invitación a disfrutar un espacio urbano optimista y acogedor en el que el ciudadano, además de usuario de la ciudad, podría alcanzar la utopía de una ciudad encantada, re-encantada, en términos de Gian Doménico Améndola. Una ciudad depositaria del sueño posmoderno de la sorpresa, de lo novedoso, de lo único como alimento de una subjetividad que podía enfrentar el riesgo de la felicidad solipsista y autosuficiente del ser “posmo”.

Que la ciudad como organismo asimila, hasta donde puede, a través de una suerte de metabolismo por formalizar, por codificar plenamente, los cambios sociales, históricos, y tecnológicos que presentan los grupos humanos es una constante que un observador meticuloso puede ratificar. De la ciudad de Mumford, a la de carne y piedra de Richard Senett, el espacio urbano hace rato perdió una pretendida neutralidad axiológica y una objetividad positiva para convertirse, tanto en una categoría de análisis, como en el reflejo de las ansias y necesidades de sus habitantes naturales.

Así, cuando en 2018 escribí para la Fundación Universitaria del Área Andina el libro Desarrollo Humano y Nuevas Ciudadanías estas eran entendidas en el texto como el actor a través del cual el espacio urbano cobraba sentido. Y este espacio, o espacios, articulado (s) en y a través de diversos nodos de red eran espacios fractales, orgánicos, plegables según la terminología del profesor Fernando Zalamea. Espacios plásticos, deformables, como la posmodernidad, o modernidad tardía, o líquida, o trans, o como el lector prefiera.

En todo caso pos algo, como refiriera el profesor Andrés Villaveces. Signados los urbanitas por el afamado prefijo pos, la ciudad podría prestarse o no a las aspiraciones de la nueva ciudadanía. Las nuevas ciudadanías, expresión reciente, aplicada para explicar el surgimiento de personas más concientes de sus deberes y derechos políticos, que reclaman un espacio urbano convergente con su anhelo y necesidad de proyectar ese cambio de estatus.

Al menos en teoría. Pues si bien la Constitución colombiana de 1991 es generosa en derechos, lo que incluye derechos de participación directa en la toma de decisiones políticas para mejorar la vida social, no está claro que estos se apropien de la mejor manera. El potencial para incidir en los destinos de la nación implica una permanente actualización de conocimientos que autores como Antony Giddens bien podrían llamar sistemas expertos. Consultas populares, plebiscitos, referendos, acciones populares dan cuenta de un grado de apertura importante por parte del Estado que exigiría una ciudadanía mejor y más informada para actuar acorde a la defensa de sus propios intereses.

 

Sin embargo, surgen dos cuestiones que conectan la aparición, al menos legal, de los nuevos ciudadanos, con el espacio urbano en el que estos podrían liderar los desarrollos políticos que buscan agenciar. La primera cuestión está ligada a la apropiación cada vez mayor y más acelerada de las nuevas tecnologías de la información por parte de estos nuevos ciudadanos. De ser cierta la aproximación teórica que busca estudiar los efectos sociales de la irrupción de las nuevas TIC propuesta por Urry y Lash y, según la cual, estructuras típicas del orden moderno como la empresa capitalista, la familia y la escuela han perdido poder para configurar identidades psico-sociales, para ser sustituidas por estructuras de la información y de las comunicaciones, el espacio urbano podría virtualizarse y la experiencia citadina reducirse progresivamente a lugares más parecidos al uniforme centro comercial como lo han planteado Améndola y Beatriz Sarlo.

En segundo término, Urry y Lash también han advertido acerca de la “guetificación” de espacios sociales y urbanos en los que las redes de las nuevas tecnologías informáticas no se han extendido, o no se han densificado, y en los que ya se ha producido la huída de las estructuras del orden moderno antes mencionadas. Espacios de la infraclase, en los que la pobreza y la violencia se explican, en parte, por la ausencia de gobierno y de espacios físicos para la creación de instancias legítimas que lo reemplace. Versiones urbanas mucho más cercanas a Héctor Lavoe: “La calle es una selva de cemento, y de fieras salvajes cómo no”, que a las de Juancho y Piyo. 

Así, entre la selva de cemento y la idealizada calle de Compañía Ilimitada la pandemia tomó por asalto a la ciudad posmoderna, y a las nuevas ciudadanías. Y desnudó las profundas grietas existentes entre los diversos registros de desarrollo social, urbano, económico y tecnológico. ¡Ciudadanos del mundo uníos! Así sea por fibra óptica, porque el fantasma de la guetificación recorre el mundo. 

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    • Etiquetas: Ciudad, Ciudadano, Desarrollo urbano
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