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“Paul Bromberg, el alcalde que reemplazó a Mockus cuando este se retiró para buscar la Presidencia en 1997, y que era considerado el símbolo del mockusismo, adhirió a la campaña de Juan Manuel Santos” (semana.com, abril 18 de 2010)

Solicitud de aclaración: 1) No he adherido a la campaña del candidato Juan Manuel Santos;

2) fui invitado a plantear mi punto de vista sobre temas de Bogotá, en compañía de otros expertos; 3) todos los expertos que están en la misma condición mía partimos del supuesto de que no necesariamente nuestros puntos de vista serán adoptados; 4) ni siquiera nos han preguntado por quién vamos a votar. Paul Bromberg. Instituto de Estudios Urbanos, Universidad Nacional. Ex alcalde de Bogotá, 1997. Publicación rectificación Semana.com (Abril 23 de 2010)


Al salir de la alcaldía de Bogotá en enero de 1998 decidí dejar la biofísica y la historia de la ciencia para dedicarme a entender el gobierno. La Universidad Nacional permite estos deslizamientos, uno de los cuales es el mismo Antanas como académico, de formación inicial matemático y más tarde filósofo, es decir, todero. En esa tensión, propia de cualquier universidad, entre la tradición escolástica y el proyecto humboldtiano del siglo XIX, un físico tenía que escoger este último. Así,  mirando los actos reales de gobierno, estudiando la manera como se generan y se ejecutan, revisando los discursos que los acompañan, todo con el cuidado propio de un anatomista, he ido aprendiendo y enseñando sobre el gobierno y la política. Mi propia experiencia, y las que me han sido cercanas, son parte de mi acervo de hechos. Un hito en mi proceso de aprendizaje se dio cuando durante un período corto estuve al frente de la razón social Visionarios junto con mi amigo Rafael Orduz. Describíamos la aventura así: Antanas nos lanza unas llaves y nos dice  “oigan chinos, cuídenme este carro que ya vengo” y nosotros decidimos darle una vueltica a la manzana, es decir, conducirlo por el proceso electoral de 2002, sin candidato presidencial porque en esos proyectos la personalidad subyugante a veces está ocupada desempeñando cargos y debe aguardarse a que termine. Todos los candidatos presidenciales aceptaron visitarnos a exponer sus puntos de vista porque, maravilla de la democracia pluralista, en los períodos de polarización los pequeños importan. Noemí Sanín y Juan Luis Londoño (q.e.p.d) enfocaron su discurso a crear miedo frente al monstruo: Álvaro Uribe. A mí no me asustaron, mientras que la mayoría de nuestros integrantes ya estaban asustados y el esfuerzo resultó innecesario. En cambio, lo que sí me asustó fue lo que pasó después: alto cargo diplomático para Noemí y ministerio para Juan Luis, quienes aceptaron sin decir ni mu, sin dar explicaciones. Esto habría sido suficiente – incluso sin todo lo que aporta la mirada científica de la política, mi tema actual – para aprender a separarme de los miedos invocados durante los procesos electorales.


¿He adherido a la candidatura de Juan Manuel Santos? No. Si Santos me invita a discutir mis puntos de vista sobre temas de Bogotá y el gobierno de las ciudades, voy, porque no le tengo miedo. De paso, creo que sus aciertos superan sus errores – y no quiero referirme a pretendidas intenciones, porque estaríamos adelantando el juicio que tendrá lugar al final de los tiempos, del que no espero perderme detalle. Pero no puedo adherir a un proyecto político que tiene compañías tan complicadas entre su futura bancada y que recibe con tanto entusiasmo a personajes salidos de lo más oscuro de la edad media. Si después de lo que aquí escribo me sigue convocando a discutir los temas de Bogotá, acompañado de otros técnicos más ilustres que yo y, como yo, no adherentes al proyecto político, allá estaré. Tampoco le tengo miedo al Petro de hoy, pero sus conmilitones no me convocan, supongo, principalmente porque para ellos soy neoliberal, es decir, feo: cerramos las fábricas públicas de tiza pública y de pupitres públicos, capitalizamos la Empresa de Energía de Bogotá que pasó de la casi quiebra a ser buena parte de la fuente financiera de la transformación física de Bogotá, subimos las tarifas de acueducto para hacer viable la empresa y garantizar la cobertura universal, cobramos impuestos, tratamos de que se cumpliera la ley. Son demasiados pecados de buen gobierno para sus gustos. Finalmente, me imagino que la política urbana del Partido Verde no requiere de mi concurso pues cuenta con muchos expertos, entre ellos el más experto de todos, Enrique Peñalosa, el líder del esperpento de los macroproyectos, en buena hora declarados inexequibles por la Corte Constitucional, y Luis Eduardo Garzón, cuyo gobierno se salvará de ser considerado el peor de las últimas décadas por lo que está haciendo Samuel Moreno para merecer ese lugar.


Tengo miedos, claro está: al Uribe que mostró su talante en los últimos años y a su caricatura, que acaba de mejorar la vieja sentencia: “el que no está conmigo en todo, está contra mí en todo”.
Votaré por Antanas, aunque nadie debería creerme, porque gozamos (no todos, lamentablemente) del voto secreto desde que se impuso el tarjetón. Lo haré con menos entusiasmo que muchos de sus volátiles seguidores que dejarían de apoyarlo cuando luego de un mes de gobierno no hubiera resuelto todos los problemas de este complejo país. Admiro a Antanas en muchas de sus facetas, no en todas, y aunque sostengo que el prócer de la transformación de Bogotá fue Jaime Castro, Antanas fue la verdadera novedad en el ejercicio de la política y del gobierno, con un discurso refrescante que contrastaba con el mediocre populismo de enfrentar ricos y pobres.


El ascenso en las encuestas de Antanas me convirtió en una presa apetecible, papel que me saca de mi oficio actual. Eso sí, haberme dedicado a investigar los hechos de gobierno no quiere decir que no tenga pasiones: las tengo por la democracia pluralista y el estado de derecho, logros gigantescos de la humanidad. Y siento pasión por este país, cuya Constitución es ejemplo para América Latina: un pacto en el papel que sigue siendo referente de los colombianos a pesar de los embates. Hace falta todavía que realmente la compartamos, y una manera de conseguirlo es enseñarle a nuestra juventud que los países han logrado construir la paz cuando aceptan el pluralismo y rechazan el maniqueísmo simplón de buenos absolutos contra malos absolutos.

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