Este negocio ilícito ha dejado huellas destructivas en la juventud bogotana, abriendo espacios de esclavitud moderna, dependencia, destrucción del tejido social y una problemática publica muy grande de salud.
Según informes de la Secretaría de Seguridad de Bogotá y de la Policía Metropolitana, en la ciudad se han identificado más de 600 puntos críticos de venta y consumo de estupefacientes, muchos de ellos en las localidades de Kennedy, Ciudad Bolívar y Bosa. Estas zonas concentran algunas de las dinámicas más preocupantes del microtráfico: el reclutamiento de menores de edad, la captación de parques, entornos escolares y sitios de esparcimiento o de ocio, como puntos de distribución y venta de drogas, en conexidad con otros delitos como el hurto y el homicidio, la extorción y la trata de personas.
Un dato revelador es que más del 60 % de los homicidios en Kennedy durante 2023 estuvieron vinculados al control territorial por parte de estructuras del microtráfico. Mientras tanto, un estudio de percepción de la ciudadanía indicó que el consumo y venta de drogas es el segundo motivo de mayor preocupación en materia de seguridad, sólo después del hurto a personas.
La economía criminal del microtráfico genera rentas millonarias. Operativos recientes de la Policía en Kennedy y Bosa permitieron la incautación de cargamentos de marihuana con un valor estimado de más de $2.000 millones de pesos, listos para ser distribuidos en dosis mínimas entre jóvenes, adolescentes y niños. Detrás de estos números hay un mercado estructurado, con roles definidos: los grandes distribuidores, los «campaneros» que alertan de la presencia de la policía, los jíbaros que venden al menudeo, y los menores utilizados como correos humanos o expendedores.
Juventud atrapada: La esclavitud del microtráfico
Andrés, entre las cadenas invisibles del microtráfico y el anhelo de libertad
Lo que empieza como una supuesta oportunidad laboral para «ganarse algo» en medio de la necesidad, pronto se convierte en un ciclo de captura, adicción y servidumbre. Muchos jóvenes de los barrios populares terminan atrapados en dinámicas delictivas donde la droga no solo se vende: también se consume. Es frecuente que el jíbaro termine siendo consumidor; que el «campanero» acabe dependiendo de la dosis que le pagan como parte de su «sueldo».
Fuente. Fotografía del autor.
Las redes criminales del microtráfico se aprovechan de la falta de oportunidades laborales. Jóvenes sin empleo, sin acceso a educación de calidad, sin oportunidades reales para un emprendimiento digno y justo en el mercado laboral, encuentran en el microtráfico un modo de subsistencia, de empleo. Les ofrece ingresos rápidos, pero los expone a la violencia, al estigma, al control de las bandas, y a una esclavitud criminal que los priva de futuro seguro y socialmente aceptado.
Huellas imborrables: el impacto social
Las huellas del microtráfico en la juventud no se borran fácilmente. Cada barrio afectado por esta economía criminal es un territorio donde el espacio público se pierde, donde las familias viven con miedo, donde la confianza entre vecinos se rompe. El parque, antes espacio de juego y encuentro, se ha transformado en un espacio del crimen. El colegio, que debía ser un refugio de aprendizaje, es un campo de reclutamiento. Las economías ilegales como el microtráfico dinamitan la cohesión social. Alimentan la corrupción institucional: muchos ciudadanos desconfían de la policía, porque saben que algunos de sus miembros están al servicio de estas redes criminales. Debilitan la fe en la justicia: muchos delincuentes son capturados y liberados al poco tiempo por errores en los procesos o porque las leyes no logran castigar con contundencia al microtráfico una economía criminal de muerte.
Un desafío que exige respuestas colectivas
El microtráfico ha dejado de ser un problema sólo policial. Requiere una respuesta integral, que combine seguridad, justicia social, políticas de empleo, educación y cultura ciudadana. Necesitamos frenar el avance de esta economía criminal no solo con capturas, sino con alternativas de desarrollo social, para que los jóvenes tengan otras opciones de vida. Recuperar los espacios públicos, fortalecer la educación en valores, promover proyectos comunitarios, combatir la corrupción son pasos necesarios para frenar este fantasma que destruye juventudes. Se trata de evitar que nuevas generaciones caigan en la trampa de la dependencia, la esclavitud y la violencia que el microtráfico alimenta.
El desafío es colectivo. Es de los gobiernos locales y nacionales, pero también de la sociedad en su conjunto.
«Y así, la seguridad humana camina huérfana en nuestras calles, desprotegida por una justicia a medias y ciega que no siente el dolor social, ni detener el avance de esta ambigua esclavitud de las drogas”.
Para profundizar en el tema puede consultar el trabajo final de maestría: «Seguridad Ciudadana y economía criminal: un análisis del microtráfico y sus efectos en las localidades de Ciudad Bolívar, Kennedy y Bosa, con enfoque en el caso de Kennedy».