Una imagen potente. Julieth Pantoja La Loba posa para la cámara, junto a un aviso de espejos en pleno centro. La puerta enrollable le sirve de telón metálico. Un número toponímico y un gesto desafiante: modela con sus manos en la cintura. Es la imagen de la exposición Travestiario tropical, que se encuentra abierta en el segundo piso del Museo de Antropología de la Universidad del Atlántico, en las Salas del Agua y de la Tierra –organizada por el Colectivo Transmallo y el Semillero CUERPAS del Grupo de investigación Feliza Bursztyn de la misma institución-, una propuesta singular que explora la relación poética del espacio urbano con los archivos afectivos en el marco de los carnavales, que cada año, desde mediados de los años ochenta, incrementa la masa variable de público que se congrega para ver desfilar al colectivo en la Guacherna Gay.
Es una labor compleja definir el impacto que las imágenes del archivo tienen sobre el proyecto que travestis, transformistas y mujeres transgénero llevan resistiendo en un contexto machista y heteronormativo como el que les rodea, sin embargo, el despliegue de estas prácticas del cuerpo en el entorno de la ciudad, encontró en la fiesta callejera y popular la oportunidad para erotizar el espacio público, bien marcando el ritmo con su sensualidad o desbordando con la fantasía a quienes se enardecen con su presencia. El poeta queer Benjamín Méndez aka Benji Blue Viuda de Cartier, quien lleva el legado a parques y plazas, lo describe en su poema inédito En el balcón aquel, convertido ahora en el manifiesto de la exposición:
Eran los años 80’ del siglo XX, Brigette Pereiro reina del Carnaval Gay, arreglaba su tocado y esperaba en la esquina de Comfamiliar de la calle 48 con carrera 44, la llegada de su corte real.
En secreto y como quien transita al aquelarre, aparecían una tras otra las divas de Troya Inn Bar: Mariluchi Correa, Dubys D´Alesio, La Karen, Rosa Paulina, Cristie Turlinton (La Modelo), Cristal, La Padre Santo…al son de risas, lentejuelas y canutillos, Martha Trabha y Sussel Orsini, hicieron su arribo, sus atuendos con telas color palo de rosa, y las más audaces con animal print, dorados y plateados.
Allí, donde el Carnaval aún pernoctaba, en un eje que comienza donde termina la zona de las Quintas, desde el Paseo Bolívar hasta la Avenida de Los Estudiantes o Carrera 38, y en los límites del barrio Boston, gravitaban los cuerpos, alterando la imposición de los poderes, que con la visita del pontífice católico en 1986, quiso sellar y blanquear cualquier señal incómoda de sexualidades contrarias al orden establecido, dos décadas después en la plaza/parque que lleva su nombre siguieron allí. En el poema de Méndez, se reconocen los hitos del espacio público, toda vez que fueron también, espacios de resistencia travesti. Saliendo de los centros nocturnos, la calle se convirtió en una discoteca a cielo abierto, alimentando los circuitos festivos e inyectando una psicodelia arcoíris en cada esquina:
Tacones, pelucas, pestañas y espectaculares diseños de Aquiles Haydar, sonrisas por doquier, saludos de reinas de belleza al poco público, casi todos clientes de los salones de belleza del norte de la ciudad.
Bajando por los Cinemas, hasta llegar al Parque de Los locutores, gritaba “La Catastrófica” y la gente como en procesión profana seguían a sus diosas trans, sin importar que justo en la esquina del parque, un camión de la policía nacional esperaba a las divas, no para escoltarlas, sino para detenerlas por escándalo público.
Un travestiario compuesto en el escenario de una urbe del trópico, cuyas líneas de fuga encuentran en la versatilidad/el verso de Méndez, una proclama del cuerpo/la cuerpa, como territorio que conecta con el asfalto y la cal que cartografía los pasos de baile de los multitudinarios desfiles de las fiestas. Su mejor respuesta es la noche, como códice travesti, que funciona según los acordes de la improvisación, la fantasía, el truco y la imaginería trava. Ante la realidad aplastante, un travestiario reivindica la anormalidad como forma de vivir los días, mucho más cotidiano como práctica contemporánea. No es un compendio de imágenes de lo que la moral retrógrada intenta mancillar, sino una y mil maneras de ver y sentir lo público.
A través de casi quinientas piezas, entre imágenes, textos, archivos de prensa, audiovisuales y objetos, Travestiario tropical conecta la visión del cosmos del Caribe con el uso que las Cuerpas travestis han tenido de los espacios urbanos, especialmente aquellos muy emergentes como los que se desarrollaron en esta ciudad, interrogando al visitante sobre la necesidad de crear unas rutas propias para avanzar en el reconocimiento de la diferencia y contra la invisibilidad y la trans/homofobia. Los archivos afectivos palpitan en cada lugar de la memoria, sin dejar de luchar contra una estrategia amnésica, que parece sostenerse y afianzarse.
A partir de las múltiples experiencias que una ciudad del Caribe como Barranquilla vive por medio de unos carnavales populares impulsados por la sociedad civil, Travestiario tropical propone diferentes lecturas de lo urbano, del tiempo y del espacio, invitando hasta el próximo 4 de abril, a crear nuevas versiones de la manera de sentir lo corporal, como grito de libertad.