Fernando Rojas Parra*
A lo largo de estos años, Bogotá vivió circunstancias paradójicas. Mientras que invertía millones de dólares en la construcción de infraestructura para la bicicleta y cientos de miles de personas se convertían en bici usuarios permanentes; e invertía millones de dólares en la construcción de TransMilenio, el número de carros y de motos en la ciudad crecía aceleradamente. En dos décadas la ciudad pasó de tener 40 mil motos a superar las 500.000; de tener 500.000 carros a superar los dos millones y medio. Por donde se le mire, la realidad pisoteó la intención.
Esta situación nos sirve para plantear tres reflexiones
Primero. El día sin carro como jornada que cambiará la forma en la que las personas se mueven diariamente por Bogotá es un cuentazo. Aunque millones de personas viven día sin carro casi todos los días porque caminan, se desplazan en bicicleta o usan el transporte público, la gran mayoría de quienes se mueven en carro y moto volverán a ellos luego de guardarlos por un día, de teletrabajar o de aplazar las actividades de esa fecha.
Esto no significa que no se deban hacer actividades como ésta. Al contrario, deben hacerse, pero dándoles un giro que impulse un cambio cultural más profundo. Podría migrar, por ejemplo, hacia un Carnaval de la Bicicleta, la Patineta y el Peatón. De esta manera, se aprovecharía para que más personas aprendan cómo moverse mejor en bicicleta y patineta, cómo respetar las señales de tránsito, y qué cosas debería ofrecer la ciudad para que la experiencia de viaje fuera más segura y eficiente, lo que seguramente traería más usuarios permanentes.
Segundo. El día sin carro como está funcionando confirma la incapacidad que como ciudad hemos tenido para responder a los desafíos que enfrentamos. Ni siquiera en un día en que no se pueden usar el carro y la moto, el transporte público es percibido como una opción mayoritaria. Así lo confirman datos de la misma secretaría de movilidad, según los cuales en la reciente jornada se realizaron 3,3 millones de viajes, 11% menos que en 2020.
Sin un transporte público de calidad, eficiente, seguro y digno, difícilmente las personas se bajarán del carro y la moto para subirse al bus. Mientras que el pago del pasaje representa para una familia cerca del 25% de sus ingresos mensuales, la motorización será una mejor alternativa. Esto significa que urge una intervención audaz que atraiga a las personas nuevamente al transporte público. Desde esta perspectiva, he planteado que se dé un debate público sobre cómo garantizar la tarifa cero para toda la población. Si el Estado, en este caso nación y distrito, asume el costo de los pasajes como inversión social, estaríamos garantizando un acceso amplio y democrático a la ciudad a millones de personas sin importar dónde viven y cuánto ganan.
Tercero. La guerra contra el carro que durante años ha dominado la agenda en Bogotá la sostiene un fundamentalismo que no entiende lo que pasa en la ciudad real. No es coincidencia que mientras más se habla de movilidad sostenible y alternativa, en Bogotá se compren más carros y motos. Los técnicos y algunos políticos deben entender que no todo el mundo usará el transporte público, la bicicleta, la patineta o caminará. Y eso no los convierte en malos ciudadanos y ciudadanas.
La apuesta debe ser hacia la promoción del uso responsable y racional del vehículo. De lo contrario, en algunos años tendremos los mismos trancones y problemas, pero con motos y carros eléctricos. El cambio tecnológico es clave, pero saber moverse lo es aún más. En ese sentido, impulsar y fortalecer el civismo debe ser prioritario para el liderazgo público.
Los problemas que en movilidad enfrenta Bogotá son complejos. Resolverlos requerirá de mucho esfuerzo, recursos, liderazgos generosos y apoyo ciudadano. Cada acción que se adelante debe estar dirigida a reforzar los objetivos que en esta materia como ciudad nos trazamos. Si no están claros estos objetivos, la crisis se seguirá profundizando, afectando de manera negativa la calidad de vida de millones de personas.
Más que titulares, debemos enfocarnos en lograr cambios culturales que le den sostenibilidad en el tiempo a las soluciones, que complementen las inversiones en infraestructura y que fortalezcan la sinergia entre sector público y ciudadanía.
El día sin carro hay que replantearse, ¡bienvenido el carnaval de la bici!