Por Fabio Zambrano Pantoja*
La Ordenanza Departamental que creó el Área Metropolitana del Valle de Aburrá (AMVA) en 1980, entidad administrativa de derecho público, asoció los diez municipios que se encuentran en este estrecho valle, integrados por unas intensas relaciones territoriales, ambientales, económicas, sociales, demográficas, culturales y tecnológicas, tan fuertes que es difícil discernir los límites de cada uno de estos municipios. Es tan densa la integración que no hay duda que se trata de un fenómeno urbano único, de una ciudad dividida en diez municipios. El caso que tratamos presenta la singularidad de ser la única institución metropolitana que funciona de manera efectiva en el país.
En las tres décadas que lleva de creada esta entidad son múltiples las transformaciones que se han dado en este estrecho valle que están poniendo a prueba la capacidad del AMVA de cumplir con los objetivos que sustentaron su creación. En la actualidad encontramos dislocaciones entre la función de coordinador territorial, entre otras funciones, y las dinámicas que hoy presentan estas ciudades del valle de Aburrá y la región antioqueña. Consideramos necesario analizar las articulaciones entre el área metropolitana y las dinámicas espaciales regionales para entender la suerte de esta institución de gobierno. Esta lectura es importante porque sentimos que se están presentando profundas transformaciones territoriales que el AMVA, en buena parte, no está tramitando.
La evolución de la demografía antioqueña nos sirve como indicador de las transformaciones que estamos tratando. Desde mediados del siglo XX, Medellín pasó de albergar el 23 % de la población del departamento de Antioquia al 39,9 % de la misma en 2005, cuando en su conjunto en el Valle de Aburrá habitaba cerca del 60 % de ella, mientras que en 1951 era el 32 %. Esto muestra una situación interesante, la capital desacelera su demografía mientras que en el resto de municipios sucede lo contrario. Cada vez más Medellín pesa menos en la población de este valle, donde el llenado urbano está en cabeza de otros municipios.
Registramos una fuerte centralización demográfica de la población departamental en este pequeño valle de 1.152 kilómetros cuadrados, al mismo tiempo que la participación de la población antioqueña en el total nacional se ha estancado desde 1918. Mientras que Antioquia crece a menor ritmo que la población colombiana, el Valle de Aburrá presenta un dinamismo a costa del estancamiento departamental.
Hoy encontramos una poderosa ciudad metropolitana, conformada por diez municipios, conurbada y policéntrica, con un crecimiento urbano desigual entre las ciudades que conforman esta metrópoli, que hoy ya se ha desbordado de su contenedor geográfico, el estrecho valle, y que se extiende por la región central de Antioquia, sin mayor planificación.
La conformación regional
El territorio de esta región presenta una fisiografía bastante agreste y su ocupación es muy singular en el contexto colombiano; hay que tener presente que la primacía urbana de Medellín solo resulta a partir de mediados del siglo XIX, detalle importante pues no heredó esta condición de la colonia. La ciudad se consolida al ritmo de las dinámicas republicanas, resultante de la economía del oro, las exportaciones cafeteras y la industrialización.
Antioquia inicia su ocupación hispánica en el siglo XVI cuando en 1510 se fundan la ciudad de Santa María la Antigua del Darién, en el golfo de Urabá, que no dura más de una década. Ante el fracaso, se inicia una segunda etapa en las vegas del río cauca donde se funda la ciudad de Santa Fe de Antioquia. Allí se organiza el poblamiento con varias ciudades dedicadas a la minería de oro, ordenadas alrededor de la primera, Santa Fe de Antioquia. Esta segunda ola de establecimientos urbanos sufre un fuerte revés en el siglo XVII debido a una profunda crisis climática de orden mundial y a causa de ella se inicia la ocupación de las tierras medias que se encontraban en el Valle de Aburrá.
Este tercer momento del poblamiento antioqueño se organiza en el escenario natural que ofrecen las tierras de la vertiente de la Cordillera Central. Desde entonces, mediados del siglo XVII, este valle se va a convertir en el escenario central de todas las dinámicas territoriales que se suceden en la región antioqueña, hasta el presente.
Desde este valle se inicia un cuarto proceso de ocupación territorial, a finales del siglo XVIII, cuando arranca una poderosa colonización de las vertientes de la cordillera Central, con el establecimiento de numerosas poblaciones y un notable crecimiento demográfico, el cual siempre tuvo como epicentro a Medellín, villa que se fue consolidando como un centro de servicios de comercio, finanzas, educativos y, en particular, sede del Estado desde donde se administra la provincia, el departamento, o Estado Federal, según el momento.
Es en este periodo, finales del siglo XVIII a finales del siglo XIX, cuando se define el proyecto de región y lo identificamos como el cuarto momento de conformación territorial. Este territorio de la colonización antioqueña se conformó como el Territorio Ancestral de Antioquia, debido a que se constituyó en el proveedor de los símbolos, mitos y ritos de lo que se fue configurando como la antioqueñidad. Los colonos, provenientes del Valle de Aburrá, Rionegro y Marinilla, poblaron estas montañas y le dieron significado con una fuerte cultura llena de identidad y marcada por fuertes pertenencias.
No logró constituirse como un territorio próspero, puesto que a pesar de su rápido desarrollo urbano, pronto entra en declive, situación que se comienza a notar desde 1918. Esto sucede debido a varias causas, y da paso a un quinto momento de ordenamiento territorial antioqueño. De una parte, el difícil emplazamiento de este territorio ubicado al sur del Valle de Aburrá, su aislamiento y la escasez de tierras agrícolas, se convirtieron en causales de la reversión del proceso demográfico, pues de receptor de migrantes se convirtió en expulsor de gentes que se dirigen a la pujante capital, Medellín, ciudad que inicia una fuerte industrialización, motor de la inmigración.
Cabe señalar que este Territorio Ancestral llegaba hasta Pereira (1864) y Manizales (1849). Sin embargo, estas ciudades construyeron sus propios circuitos de comunicaciones independientes del epicentrismo de Medellín y establecen sus propias territorialidades, sin abandonar la pertenencia a la comunidad imaginada antioqueña. El dinamismo de estas dos ciudades, ubicadas en el extremo sur de la colonización antioqueña, se incrementó desde 1914 cuando se abrió el canal de Panamá, y desde 1915 con el ferrocarril del Pacífico. Apoyadas en la constitución del Departamento de Caldas, 1905, la independencia de este sur antioqueño significó que dejó al departamento cerrado por este costado.
Todo esto, con el flujo inicial de migraciones al sur y luego con el reflujo de migrantes hacia el norte, fortalece la función de Medellín como el principal escenario del dinamismo antioqueño, de la cultura de la antioqueñidad y de la acumulación de capital, en razón al control de los circuitos comerciales y de la administración territorial. Identificamos este como el quinto momento de la organización espacial antioqueña.
Sin embargo, lo que parecía como la consolidación de un modelo territorial alrededor de esta ciudad capital, dio inicio a otra crisis del ordenamiento territorial antioqueño, y a su vez la constitución de un sexto proceso de organización. La industrialización, que tuvo como escenario a todo el Valle de Aburrá, no logró sostenerse. Las dinámicas de la globalización de los años setentas, el pujante contrabando y la apertura económica iniciada en 1990 hundieron a la industria antioqueña. La crisis del modelo de industrialización por sustitución de importaciones coincidió con un gran auge del contrabando y del narcotráfico, que encuentran en Medellín una ciudad para establecerse.
Al tiempo que esto sucede surgen las tierras bajas del Norte, como el Bajo Cauca, el valle del Sinú, Urabá y Chocó, además del Magdalena Medio, destino de inversiones antioqueñas y escenario de un gran auge demográfico, que se apoyan en Medellín como un centro de servicios, donde se inicia una nueva institucionalidad territorial con la creación del AMVA. La creación de esta instancia, primigenia en el país, convierte a todo el valle en una sola institución de gestión territorial por encima de la fragmentación municipal, cambia la estructura de la gestión territorial al crearse una instancia intermedia entre el municipio y el departamento. Resultante de la nueva realidad urbana, caracterizada por el desborde de los límites municipales, el Área Metropolitana empieza a señalar el camino de la gestión de las dinámicas urbanas colombianas en el siglo XXI.