Escrito por Diego Silva Ardila*
Durante los últimos meses ha sido posible ver que algunos titulares de medios de comunicación junto con muchos de los foros y las conversaciones en materia urbana se han concentrado en abordar los asuntos metropolitanos, y especialmente aquellos relacionados con Bogotá. He notado cierto aire de novedad y de primicia en muchos de los participantes de dichas interlocuciones lo cual podría ser explicado obviamente por la recientemente promulgada normatividad que permite que finalmente Bogotá pueda conversar sobre este importante asunto, sin embargo, siento que la razón de esta equivocada sensación de novedad proviene de un desconocimiento general de la historia de las políticas públicas urbanas en Colombia. En Colombia las conversaciones sobre temas metropolitanos no son nuevas, tanto que muchos municipios están próximos a celebrar sus primeras cuatro décadas de participación en procesos de coordinación de los procesos de expansión y dispersión urbana alrededor de las figuras jurídicas denominadas áreas metropolitanas.
Afortunadamente, y para el bienestar de muchas ciudades del país, no fue necesario esperar a que Bogotá empezara a hablar y promover este tema para involucrarse en los procesos de planeación urbana. Sin embargo, es muy importante que Bogotá tome la decisión de ojear estos procesos y desde una aproximación de humildad tome la decisión de aprender lo mejor de cada uno de ellos y al mismo tiempo se concentre en evitar repetir o replicar algunos de los errores que se han presentados en otros lugares. Medellín, Pereira, Barranquilla, Bucaramanga, Cúcuta y Valledupar tienen mucho que enseñar y compartir, y la ciudad capital de la República tiene mucho que aprender de la experiencia que se ha vivido en el territorio nacional en estos casi cuarenta años de experiencia metropolitana.
Bucaramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta vienen construyendo una gobernanza metropolitana desde finales de la década de los setenta y durante los años ochenta formalizaron sus intereses y conformaron lo que hasta el día de hoy se conoce como el Área Metropolitana de Bucaramanga – AMB. Desafortunadamente no contaron con la astucia de evitar incorporar el sesgo que la ley imponía hacia el municipio núcleo y optaron por una denominación problemática al incluir solo el nombre de un municipio; en otros lugares eliminaron la priorización municipalista y han optado por denominar las figuras metropolitanas usando otras referencias nominales y toponímicas como Valle de Aburrá o Centro Occidente. No es el caso del AMB donde desde el principio Bucaramanga ha liderado el proceso de coordinación, no necesariamente generando dificultades, pero sí disminuyendo la posibilidad de pensar en un proceso más horizontal.
La ciudad que se observa a una distancia panorámica (desde los miradores en la vía al aeropuerto o desde el borde de la vía a Cúcuta) es resultado de los procesos de crecimiento, cambio y aglomeración a lo largo del siglo XX específicamente de los procesos de masificación iniciados a partir de la década de los cuarenta de dicho siglo y que continúan hasta la actualidad. Es preciso recordar que ninguno de los asentamientos humanos existentes al inicio del siglo XX tuvo elevada importancia durante el período colonial. El casco antiguo de Girón es el lugar de mayor intensidad colonial pero nunca protagónico dadas las tensiones que se daban por el control territorial con Pamplona y Vélez. Para ese período Bucaramanga se levantó bajo el rótulo de “pueblo de indios” y sirvió para los procesos de reducción de la población por parte del poder colonial. Es importante resaltar que es precisamente ese “pueblo de indios”, ya bajo el título de “Real de Minas” que hospeda por una temporada a Bolívar y obtiene un lugar importante en la nueva vida republicana. Pero no es precisamente su amabilidad con Bolívar sino su importancia como cruce de caminos y por ende facilitador de la conectividad regional la que le dará a Bucaramanga un papel de centralidad desde las postrimerías del siglo XIX.
El movimiento de productos agropecuarios, y otros resultantes de una modesta manufactura y una que otra incursión industrial desde Piedecuesta, Los Santos, Floridablanca y Girón hacia el Río Magdalena hizo que la conexión de Bucaramanga con el camino al río grande a través de Lebrija permitiera consolidarse como epicentro comercial. Casas comerciales se consolidaron en la ciudad, aquellas que se encargaban de llevarse cosas a mercados tan lejanos como Hamburgo o Nueva York (particularmente café) o a mercado más próximos como Panamá o La Habana y aquellas encargadas de traer productos industriales para el incipiente pero creciente consumo local; algunas casas se encargaban de ambos flujos dada la capacidad de conectar el aquí y el allá de algunos de los recién llegados inmigrantes. Así aunque no conurbadas aún, las cabeceras municipales de los municipios ya eran próximas en tanto a la conectividad e intercambio constante de personas, mercancías e ideas.
El siglo XX será testigo de las grandes transformaciones urbanas, particularmente aquellas en función de los llamados procesos de modernización, que no son más que la adopción de las técnicas, las tecnologías y el conocimiento de otros lugares a nuestra cotidianeidad. Así llegaron máquinas a vapor para robustecer los procesos de producción, la telefonía, la energía eléctrica, y aparecieron las fábricas modernas. Al poco tiempo llegaron los automóviles, aterrizaron los aviones y un poco más tarde se conectó el tren. Cada uno de estos artefactos aportaron al cambio físico de la ciudad y transformaron las vidas de las personas de cada uno de los centros de habitación de cada municipio. Para mediados del siglo XX se construyó un nuevo escenario para rendirle culto al saber y a la ciencia que terminaría transformando para siempre el carácter y la capacidad económica de la ciudad: La Universidad Industrial de Santander – UIS.
Bucaramanga fue una ciudad sin universidad hasta que se construyó y se puso en marcha el proceso educativo de la UIS, y eso permitió que lentamente la ciudad pasara de “dotores” a doctores, pero especialmente la ciudad se llenó de ingenieros, y unas décadas más delante de ingenieras. Quienes estarían llamadas a cambiar la historia urbana y a imprimirle un ethos particular a la forma de vida. Así la educación se convierte en uno de los muchos servicios públicos que atraería población a esta región metropolitana y migrantes de todas las zonas circundantes prefirieron ubicarse en la ciudad para recibir el beneficio de la salud, las vías, la educación, las nuevas oportunidades laborales y el confort urbano. Santandereanos, de los Andes y del valle del Magdalena, Norte Santandereanos, Boyacenses, Valle Caucanos entre otros más llegaron a educarse en la ciudad; luego llegarían del César, del Magdalena, de Bolívar, incluso desde La Guajira, Sucre y Córdoba migrarían jóvenes en busca de las bondades del conocimiento, y particularmente del conocimiento técnico ofrecido por la ciudad.
Las razones por las cuales se dibujan líneas para delimitar municipios solo pueden encontrarse en las concepciones decimonónicas del territorio. Esas líneas no son funcionales a las dinámicas urbanas, por el contrario, fragmentan el territorio innecesariamente. Sin embargo, en esta región sucedió que las cabeceras urbanas de los municipios crecieron en proximidad (posiblemente no por casualidad sino como resultado inherente a los procesos de cambio urbano) y era esperable que ante los procesos de masificación urbana de los años sesenta y setenta acelerados por el acceso cada vez mayor a los automotores por parte de la población dichas cabeceras se acercaran unas a otras a una elevada velocidad. Es así como la infraestructura necesaria para el funcionamiento adecuado de una ciudad ya no era posible definirlas exclusivamente en el ámbito municipal de Alcaldía y Concejos y por ende fue necesario buscar posibilidades de coordinación intermunicipal, y poco a poco la idea de un área metropolitana tomó fuerza.
El resto es historia, en 1981 se crea la figura jurídica que da inicio a las conversaciones y a la práctica metropolitana en la ciudad y desde esa época ha sido posible construir canalizaciones, autopista, regular el sistema urbano de transporte, implementar política ambiental y en las últimas décadas diseñar mejoras al sistema masivo de pasajeros e iniciar procesos de planeación urbana a escala metropolitana. Es una experiencia valiosa que ha facilitado múltiples procesos en la transformación y cambio urbano no solo en Bucaramanga, Floridablanca, Girón y Piedecuesta sino en los municipios del siguiente anillo como Lebrija, Rionegro y Los Santos. El país debe aprovechar esta experiencia y tratar, como lo dije al iniciar este texto, de extraer la mayor cantidad de aprendizajes para mejorar las nuevas formas de coordinación, integración y cooperación intermunicipal que finalmente le de capacidades de mejor funcionamiento a las ciudades, en un país donde estas jurídicamente no existen, pero donde las ciudades de facto, las que sí existen han tenido que hacerlo a pesar de las dificultades del modelo equivocado en términos funcionales que ha impuesto la concepción municipalizada.