Carlos Alberto Patiño Villa*
La visita de Nancy Pelosi a Taiwán tensionó las relaciones entre Estados Unidos y China. ¿Cuál es el fondo del problema? ¿Estamos ante el comienzo de una guerra de grandes proporciones?
La herencia de Trump
La relación entre Estados Unidos y China durante la última década ha estado marcada por una serie de tensiones sobre diversos temas.
Los temas en cuestión van desde el respeto de los derechos humanos y las libertades individuales por parte del Estado chino, hasta problemas referidos a la competencia industrial, el espionaje o la disputa por la primacía científica y geopolítica en el mundo.
Bajo el manejo personalista de las relaciones internacionales por parte del presidente Trump, las relaciones con Beijing llegaron a un punto tan crítico como no se había venido desde que Nixon restableció las relaciones diplomáticas en 1971.
Los asuntos que más le importaban a Trump eran tres: el desacople comercial, el retorno a suelo estadounidense de las inversiones industriales radicadas en China, y establecer puntos de confrontación en asuntos que a Trump y sus asesores les parecían claves (medio ambiente, derechos de propiedad intelectual…).
Entre los temas clave se encontraban además un pretendido acuerdo con Corea del Norte (Trump se reunió dos veces con Kim JONG Un) o el anuncio de reforzar las capacidades de defensa de Taiwán. Este segundo asunto se tradujo en la reanudación de las visitas a Taipéi por parte de altos funcionarios de Estados Unidos.
En el panorama del debate político internacional Trump aparecía, y en efecto actuó, como un rupturista, desconociendo las organizaciones y los mecanismos de la diplomacia interestatal. En esa medida, sus logros para detener el avance de China, o para ubicar a la sociedad norteamericana en una posición segura, fueron aparentemente pocos.
La herencia de la Revolución de 1949
El problema de fondo proviene de la Revolución de 1949, cuando Mao Zedong toma el poder en la China continental, pero Chang Kai-shek -el presidente apoyado por Estados Unidos- se refugia en la isla de Taiwán y establece su propia república.
El problema empezó a manifestarse desde el comienzo de la Guerra Fría, cuando Henry Kissinger era un funcionario medio del Departamento de Estado, hasta lograr, ya bajo el gobierno de Richard Nixon, en 1971, establecer un acuerdo de cooperación con Beijing.
Esto llevó a que Washington impulsara el cambio en el Consejo de Seguridad de la ONU, para que quien ocupara el puesto de China allí no fuera la República de China, con base en la isla de Taiwán, sino la República Popular China, que había triunfado en la guerra civil en 1949 y que impuso una revolución radical.
China en el mercado mundial
El siguiente momento clave en la relación entre Estados Unidas y China llegó después de que Deng Xiaoping se asentara en el poder, en reemplazo de Mao Zedong.
Deng inauguró una época de apertura económica y de inversiones, junto con una modernización de la universidad, las empresas industriales y la agricultura de su extenso país.
Estos cambios se vieron claramente recompensados en 1979 con la decisión del presidente Carter de romper relaciones diplomáticas con Taiwán para establecerlas con la República Popular China, la China continental gobernada por el Partido Comunista.
En este contexto empezaron a llegar inversiones industriales norteamericanas a China, desde principios de la década de 1980. Estas inversiones fueron muy rentables, dados el atraso tecnológico evidente y la disponibilidad de mano de obra abundante y barata.
Además, fueron el preámbulo para las inversiones de gran escala durante las décadas de 1990 y 2000, cuando las multinacionales de punta (electrónicas y demás) llegaron también a China, inclusive a pesar de situaciones complicadas que a su vez resultaron en sanciones económicas contra Beijing.
Las condiciones de la globalización favorecieron a la economía China. Accedió a nuevas tecnologías, creando un conglomerado empresarial estatal modernizado, incluyendo un conjunto de actividades financieras abiertamente liberales, con el propósito de canalizar inversiones, captar las divisas obtenidas en el mercado internacional y competir con los principales bancos occidentales.
El desafío para Estados Unidos
La industrialización de China implicó el reacomodo de las cadenas productivas, del sistema de transporte y suministros, e incluso del desarrollo tecnológico en diversas regiones del mundo.
Estados Unidos fue uno de los principales afectados por el intento de mantenerse como el centro de la innovación o de la llamada “economía del conocimiento”, pero que en realidad dejó una estela grande de desempleados, de fábricas cerradas y de ciudades industriales prácticamente abandonadas o en seria decadencia, en lo que algunos llaman el “cinturón de hierro oxidado” de Estados Unidos.
Para muchos observadores norteamericanos fue evidente que se habían acumulado serias desventajas en esta relación bilateral. A lo cual se añadió la paradoja o el hecho inesperado de que el mayor desarrollo económico de China no llevare ese país a una mayor democratización, ni a una apertura política, o a una real ampliación de las libertades individuales.
De hecho, el fracaso estratégico de Estados Unidos en Asia Central y en Oriente Próximo con las guerras de Afganistán e Irak, abrieron una oportunidad geopolítica global para Beijing, que se concretó con la llegada al poder de Xi Jinping, en 2013.
Este, desde el comienzo de su gobierno, trazó el proyecto de crear lo que en español es llamado la “Nueva Ruta de la Seda”. Una iniciativa de carácter comercial, de infraestructura y de influencia geoestratégica y geopolítica, para ubicar a China en el centro de las relaciones globales.
La respuesta a este impulso chino la dio el gobierno de Obama con lo que se denominó el Acuerdo Transpacífico de Comercio, que fracasó cuando Trump decidió abandonar este mecanismo de proyección norteamericana en Eurasia, dejando a Washington sin ninguna posibilidad de competir con Beijing.
En los mismos años China avanzaba en su proyección internacional, con inversiones económicas con un alto efecto y se consolidaba como el centro de la globalización; algo que Trump despreciaba.
Esto llegó a tal punto que Xi Jinping dio una lección de libre comercio, globalización y economía internacional, en el Foro Económico Mundial de Davos, en enero de 2017. La presentación del presidente Xi Jinping ante ese Foro fue un golpe mediático, claramente irónico y paradójico, toda vez que el presidente de la autocracia más poderosa de la actualidad se presentaba a las elites económicas mundiales como el adalid de la economía liberal global.
Foto: Facebook: Pr. Joe Biden – Esta confrontación se puede evitar si EEUU decide no acudir a la acción bélica.
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El fortalecimiento militar de China
Pero desde que Xi Jinping está en el poder, y mucho más desde que logró convertirse en presidente vitalicio de China en 2017, Beijing ha empezado la más intensa modernización militar que algún ejército haya emprendido en el siglo XXI.
Dicha modernización es un claro respaldo a la política de expansión e influencia geopolítica de la “Nueva Ruta de la Seda”, a la vez que ha servido para cohesionar internamente a la sociedad china en el marco del nuevo patriotismo y el nacionalismo más militante.
En este contexto puede entenderse la estrategia de construir bases militares en el exterior (en Yibuti, en Birmania y en Tayikistán). Adicionalmente, China ha venido estableciendo un control en aguas del Mar de China, renovando o estableciendo competencias por áreas marítimas e islas, incluidas las artificiales, con Japón, Filipinas, Indonesia, Vietnam y otros países. Esto con el propósito es equiparar y superar la presencia y el liderazgo de estados Unidos en Asia Pacífico, hasta lograr forzar la salida de Washington de esta extensa región.
La chispa a punto de encenderse
En el plano interno, las fuerzas militares chinas se preparan para actividades bélicas decisivas contra Taiwán y en apoyo a las decisiones políticas que se tomen frente a Hong Kong.
El problema de Corea del Norte, que ha avanzado en su programa nuclear y amenaza con el armisticio de 1953 con Corea del Sur, representa una baza que Beijing agita convenientemente contra Seúl, uno de los grandes aliados de Estados Unidos.
Y aquí venimos al problema de Taiwán, que Estados Unidos está obligado legalmente a defender, y se convierte en un punto de inflexión y de crisis de fondo. La guerra en Ucrania ha precipitado este conflicto porque China estaría reocupando un territorio que siempre ha sido suyo y que puede reclamar con títulos mejores que los que Putin reclama sobre Ucrania.
Teniendo en mente los cambios que ha ejecutado Beijing, más su discurso de gran potencia, una confrontación militar entre Estados Unidos y China es ya más que una posibilidad, donde Taiwán sería el escenario más probable.
Esta confrontación puede evitarse si Washington decide no acudir a la acción bélica. Pero la consecuencia sería consolidar la autocracia China como un poder internacional, que amenaza realmente las democracias como sistemas políticos, y los derechos humanos y las libertades individuales que estas otorgan a sus ciudadanos.