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Movilidad vs. Memoria urbana: de como la movilidad aplasta “todo lo bueno que en nosotros topa”

Publicado el Friday, 17 November 2017, en Divulgación académica

Se pude afirmar que, fuera de los templos coloniales, y el Panóptico republicano, la actual carrera Sétima no contiene mayor patrimonio arquitectónico de la ciudad.

Render IDU - Transmilenio por la Séptima

 

Como parte de la catarata de obras que se empeña en adelantar la actual administración distrital, que, en su conjunto, afirma el alcalde Enrique Peñalosa, va a convertir a Bogotá en “la ciudad con la mejor movilidad del mundo…” (Semana en vivo 17/11/2017), se encuentra la intervención de la carrera Séptima para adecuarla al tránsito de Transmilenio.

Los opositores de esta troncal aducen que la intervención arrasa con una vía patrimonial de la ciudad. El argumento de la administración distrital es que con este sistema de transporte todos vamos a ganar. Con el ánimo de aportar al debate, veamos algunas ideas desde la historia urbana.

Contrario a lo que se cree, la Calle Real del Comercio comprendía un trayecto muy corto de la actual carrera Séptima. Solamente el tramo que iba desde la esquina de la catedral hasta el puente de San Francisco recibía este nombre. De allí al norte se llamaba el camellón de las Nieves. Al toparse con el altozano de la catedral, esta calle torcía para dirigirse al sur, y concluía en la iglesia de Santa Bárbara.

El origen de esta vía era un calco total de la ruta de la sal, que venía de las salinas de Zipaquirá y continuaba hacia el sur, para torcer cerca al cañón del río San Cristóbal para buscar los dominios del cacique de Ubaque. Debido al uso que los indígenas hacían de este camino, los españoles edificaron templos y conventos a lo largo de esta ruta, para que, convertido en una vía láctea quien la recorriera se viera obligado a persignarse cada vez que pasara frente a un templo. Al sur Santa Bárbara, luego, San Agustín, pasando por la catedral, se topaba con Santo Domingo, San Francisco, La Tercera, La Veracruz, y al frente de ella, la humilde capilla del Humilladero. Continuando al norte, se pasaba al frente de Las Nieves y concluía este peregrinaje con San Diego, atalaya norte de la ciudad. No había otro recorrido más lleno de lugares sagrados, y esta sacralidad era una completa guerra de imágenes del poder español.

Desde San Diego, el camellón de las Nieves se convertía en un camino real llamado de Arrecife, y luego de pasar el puente del Arzobispo, donde a su derecha había un tejar, se seguía hasta la venta de Chapinero, continuando hasta la venta de Rosales; continuaba el camino por tremedales muy pantanosos, cortado por muchos manantiales; al atravesar la quebrada de La Cabrera se encontraba una casa, y cerca a la quebrada de Santa Bárbara se encontraba una venta, llamada de Los Micos, para llegar finalmente al pueblo de Usaquén, un lugar bastante desangelado. Este era el estado de este camino en 1816, descripción que ilustra un tránsito por una ruta muy despoblada, carente de edificaciones de alguna significación, sin empedrado, camino que no estaba habilitado para el tránsito de coches.

Más tarde, al transcurrir el siglo XIX se convirtió en el eje de la proyección de la ciudad con la construcción del Panóptico (1876), la cárcel moderna, hoy sede del Museo Nacional. Más tarde, en sus cercanías se edificó la fábrica de Bavaria y en 1910 el Parque de la Independencia. Por entonces Chapinero jalonaba el crecimiento hacia el norte, pero la vía de tránsito era la carrera Trece, por allí corría el tranvía, cuyas mulas no podían remontar las cuestas de la séptima.

Es por ello por lo que se pude afirmar que, fuera de los templos coloniales, y el Panóptico republicano, la actual carrera Sétima no contiene mayor patrimonio arquitectónico de la ciudad. Sin embargo, conviene tener presente que la memoria de una ciudad no solamente la cimentan las edificaciones. La carrera Séptima, carente de monumentalidad colonial sí se constituye en un símbolo, puesto que era muy utilizada en los desfiles, civiles y religiosos, coloniales y republicanos, y de allí que se haya convertido en campo de batalla en las manifestaciones de los artesanos de 1850, de los motines esporádicos, y en los atentados recientes, además de magnicidios como los de Uribe Uribe y de Gaitán. Era un escenario del poder, colonial, republicano y contemporáneo, que adquiría importancia el día de las procesiones, cuando se engalanaba para el día del corpus Cristi, o en las festividades de semana santa, como también para celebrar el 20 de julio. Por algo el septimazo se convirtió en sinónimo de desfile social.

La importancia histórica de esta vía se fundamente en el uso, especialmente en su dimensión sagrada, en el corto trayecto de cuatro calles: de la catedral a San Francisco, precisamente llamada Calle Real del Comercio. Pero no había una magnificencia barroca, como tampoco la hubo republicana. Es por ello por lo que la piqueta del progreso, posterior al 9 de abril de 1948, pudo derribar fácilmente las casas de dos pisos, de tapia y adobe, que escoltaban esta vía, puesto que poco patrimonio arquitectónico había allí. Duele, ese sí, la demolición del templo de Santo Domingo, la joya colonial que engalanaba la Séptima (hoy lugar ocupado por el edifico Murillo Toro).

Su poca importancia arquitectónica, aparte de las edificaciones religiosas, contrasta con la imagen de la gran vía que se conserva en la memoria bogotana, porque su importancia ha sido simbólica. Esta discordancia entre la precariedad patrimonial y el significado histórico de esta vía nos permite llamar la atención a la comprensión de cómo se forma la memoria urbana y que esta no puede ser sacrificada por las necesidades de las urgencias de la movilidad.

Dudamos, profundamente, que Bogotá, gracias a Transmilenio, se vaya a convertir en la ciudad con la mejor movilidad del mundo, logro a alcanzar en los próximos dos años. Esta exageración, junto con el otro ofrecimiento de la construcción de “el parque urbano y el bosque urbano más gigantesco prácticamente del mundo”, también en dos años (entrevista a E. Peñalosa Semana en vivo, 17/11/017), ya son dos hipérboles difíciles de aceptar. Con una sola nuestra capacidad de sorprendernos se había sobresaltado, pero estas dos juntas… 

  • Escrito por el profesor e historiador Fabio Zambrano, del Instituto de Estudios Urbanos (IEU)

    • Etiquetas: AGU
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