Juan José García García*

En el Mundo presente, dominado por las fuerzas homogeneizadoras del Globalismo en ideología y de Globalización en economía, se hace preciso ahora y más que nunca recuperar los particularismos en los campos del planeamiento y la proyección arquitectónica.  Dichos particularismos no tienen por qué ser sinónimo de rechazo a los conceptos anteriormente dichos, ni tampoco una visión con cortedad de miras, sino que son una apuesta y una oportunidad por los aportes identitarios de cada región o de cada conjunto urbano. Dichos particularismos no son conceptos simplemente abstractos, sino que se puede hablar de la tangibilidad de lo intangible o, si se prefiere, de lo material de lo inmaterial.

Como punto de partida está el espacio geográfico, ya muy alejado incluso del isotropismo espacial de las corrientes cuantitativistas de las Ciencias Sociales, y en ese espacio, la presencia humana, tanto actual como histórica, ha dado como resultado un mosaico de elementos y espacios más o menos articulados física y funcionalmente a diferentes escalas que es el territorio.

De estos dos grandes conceptos, uno más abstracto, el espacio y otro más concreto, el territorio, surge, por medio del proceso de la territorialización, la territorialidad del espacio (ambos conceptos de J. Monnet), es decir, se le dota de una fisonomía singular, de unas dinámicas y de unos valores e imágenes sociales y culturales. Esta fisonomía, dinámicas e imágenes para describir la superficie terrestre ya fue bien analizado por la geografía regional francesa y la geografía cultural alemana en la primera mitad del siglo XX y son la base para que quienes trabajen sobre ella puedan construir o diseñar espacios dotados de significados, es decir, de “espíritu de lugar”.

Este espíritu de lugar o “genius loci”, concepto definido por Norberg-Schultz, es el territorio en el que el ser humano tiende a identificarse con el espacio en que habita y ese lugar se define por los valores simbólicos, históricos, culturales, sociales, económicos y ambientales. Ese axioma entronca con el concepto de paisaje, que se define como cualquier parte del territorio, tal y como lo percibe la población, cuyo carácter es el resultado de la combinación de elementos naturales, humanos, en donde la percepción y la subjetividad lo identifican por medio de una realidad física, a la vez con significados simbólicos (carácter). Ahí es donde el paisaje y el lugar se desligan del territorio, aunque se implanten en él. 

Por otro lado, el paisaje, aunque no sea naturaleza en sí y en diferentes estadios se pueda caer en el error por aproximación esteticista de estos dos conceptos, sí que es historia, cultura, elaboración social, constructo simbólico con anclajes cognitivos que generan sentimientos identitarios.

Así, para cualquier aproximación al “sentido de lugar” o “genius-loci”, el planificador o diseñador deberá tener en cuenta las dimensiones que detallan el paisaje y que pueden sistematizarse en las siguientes características:

1° Es subjetivo. Se debe buscar esa subjetividad del diseñador o planificador, pero también del lugar y del territorio donde se va a intervenir. Habrá que tener en cuenta la cultura y la herencia asociada al lugar, a sus realidades, emociones, mitos…

2° Es escalable. Su discurso tiene la capacidad de adecuarse a cualquier ámbito territorial, desde la unigenitura de la obra arquitectónica a las dimensiones regionales.

3° Se debe ser empático con el sentido de lugar, es decir, es necesario conocer los componentes amplios y variados del paisaje y sus peculiaridades. En este sentido, Moneo habla del “murmullo de lugar” con el que dialoga con sus obras.

4° Es abstracto. Como se ha dicho antes parte de un constructo mental y de una intangibilidad que se plasma en lo material.

5° Es resiliente. Los procesos y dinámicas territoriales, sociales inciden sobre él y van modificando con el discurrir del tiempo, está en permanente cambio, tanto los paisajes patrimonio mundial como cualquier conjunto urbano de nuestros pueblos y ciudades.

6° Por último, es necesario, no solo por el derecho que tenemos de vivir en entornos paisajísticamente dignos, sino por la pérdida de variedad, estructuración, naturalidad e identidad que lleva a un empobrecimiento formal y la pérdida de los anclajes cognitivos.

 En relación a esta última dimensión del genius-loci, el compromiso del arquitecto o del planificador o de cualquier persona sobre la que recaiga la tarea de generar paisaje y construir lugar es definitorio para lograrlo. Sin embargo, cada vez con mayor frecuencia y a escala global, ese “grano grueso” de la uniformidad paisajística gana terreno para convertir territorios con sentido de lugar en los “no lugares” que definió Augé. ¿Será ese el futuro de nuestra forma de entender el territorio?

Si usted desea mayor información sobre esta temática puede consultar el artículo " Paisaje, lugar y territorio: Conceptualizaciones para recuperar el genius-loci” “Ciudades, Estados y Política” del IEU. Para tales efectos, ingrese a 

https://revistas.unal.edu.co/index.php/revcep/article/view/84045