Escudo de la República de Colombia Escudo de la República de Colombia

La ruta de la seda y el comercio de nuevos virus

Publicado el Domingo, 19 Abril 2020, en Divulgación académica, Destacados

Hacia el año 1000 ya se habían establecido intercambios comerciales estables en el interior de Eurasia, y estas comunicaciones estables hicieron que la gran mayoría de su población ya había padecido la mayoría de las epidemias que trasegaban en las alforjas de los viajeros frecuentes.

Ruta de la Seda / Universidad de Yale

 

Por: Fabio Zambrano. Profesor Titular Universidad Nacional de Colombia y coordinador de la Maestría en Gobierno Urbano del IEU.

Este momento coincidió con el periodo llamado “óptimo medieval”, cuando un pequeño aumento de la temperatura permitió un auge agrícola, que fue el soporte del crecimiento poblacional en este continente. Mucho contribuyó el imperio mongol y su sofisticado sistema de comunicaciones, el cual, como nos lo recuerda W. McNeill, disponía de mensajeros que recorrían ciento cincuenta kilómetros diarios, además de las activas caravanas y los poderosos ejércitos. Y con ellos los virus encontraron portadores eficientes y permanentes en las largas rutas de Asia oriental hasta Europa.

Pronto, miles de comerciantes comenzaron a moverse por estas rutas, siendo Marco Polo uno más entre ellos. Así para 1346 la pasteurella pestis se había trasladado, luego de haber asolado a China en 1331, hasta las llanuras de Eurasia en ratas y pulgas infectadas en las mercancías que transitaban por la ruta de la seda en una mortífera transferencia geográfica. El primer lugar a donde llegó en la frontera europea fue Crimea en 1346 y allí saltó a un barco para penetrar en este continente. Cuando la peste se hizo evidente, las gentes que podían huir lo hacían, llevando el bacilo a otro lugar para incrementar la letalidad de la propagación.

Una característica que presentaba Europa en el siglo XIV que hizo más letal la epidemia fue la alta densidad demográfica que presentaba en algunas zonas. El llamado período cálido medieval, un momento de clima templado y estable, que se inició en el siglo X y que duró hasta el siglo XIV, los cuatro siglos más cálidos en 8.000 años; las pinturas medievales registran las pródigas cosechas y la alegría de la vida campesina. (Brian Fagan, La pequeña edad de hielo, Gedisa, 2008, p. 35) Este óptimo clima causó un crecimiento de la población que arrasó con los bosques. Pero, este clima tibio cambió en el siglo XIV y pronto dio paso a recurrentes malas cosechas cuando Europa estuvo castigada por largos inviernos; este cambio climático coincidió con el asedio mongol a un puerto de Crimea, infectado en 1346 de donde pasó por barco al Mediterráneo para saltar luego al resto del continente. La ruta es similar a la que la peste había recorrido diez siglo antes.

No se tiene certeza si fue una peste neumónica lo que  azotó a Europa, pero los efectos fueron durísimos, con tasas de mortalidad muy altas, afectando hasta a la lejana Groenlandia. Se calcula que murió un tercio de la población europea; en Inglaterra se calculó entre el 20 y el 45 por ciento; en la costa mediterránea fue mucho mayor. La plaga regresó en los años de 1360 y 1370 con fuerza letal, que trastornó completamente el mundo del trabajo, y se dejó sentir una caída demográfica con su punto más bajo en 1480, y faltaron entre cinco y seis generaciones para que Europa se repusiera del golpe, entre 100 y 133 años (William McNeill. Plagas y Pueblos. España, 1984, p. 169).

La solución: las ciudades-Estado

La peste se constituyó en un factor demográfico de gran peso en toda Europa a finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna. Continuos brotes siguieron apareciendo y el último brote más fuerte se produjo en Marsella en 1720-1721, hasta entonces fueron recurrentes los brotes ocasionales, matando hasta un tercio de los habitantes, como sucedió en Venecia en 1575 y de nuevo en 1630. Más allá de la cuenca del Mediterráneo la plaga fue menos recurrente. Luego, cuando los europeos empezaron a asimilar los micro parásitos que tanto daño les causó, la población comenzó a crecer de nuevo desde el siglo XV. En esos siglos de recurrencia de pestilencias, poco a poco el miedo se fue diluyendo y hubo cierta resignación a que las epidemias se hacían comunes, como lo registra Boccacio y Chaucer. Europa fue receptora de epidemias hasta ese momento, pero con el intercambio colombino, inaugurado en 1492 se convirtió en emisora de plagas al nuevo mundo. 

Se encuentra sorprendente cómo los gobiernos de las ciudades respondieron con rapidez cuando llegaba la peste. Los gobiernos urbanos, muy afectados por los desastres humanos que les tocaba vivir, se vieron  obligados a tomar medidas prácticas para solucionar el tema de los cadáveres abandonados en las calles, organizar los entierros, asegurar el abasto de alimentos, y el establecimiento de las cuarentenas. 

El historiador W. McNeill se aventura a afirmar que hay una coincidencia entre el fortalecimiento de las ciudades-estado y las aterradoras pestes, entre 1350 y 1550, “la edad de oro de las ciudades-Estado de Europa y especialmente de Alemania e Italia, donde era mínima la competencia con algún otro gobierno secular de orden superior” (p. 185). Sugerente hipótesis sobre la influencia de las epidemias en la modelación de las instituciones de gobierno urbano. Esto nos enseña las paradojas de las pestes, pues así como contribuyeron al derrumbamiento del sistema urbano romano en los siglos II al VI, ahora influyeron en la formación de las ciudades estado. 

El siglo maldito. Clima, crisis mundial y nuevas instituciones

No solo las pestes han modelado los ritmos históricos. También el clima ha aportado de manera significativa para convertirse, al igual que aquellas, en parte integral de la historia humana. Los cambios que ha experimentado el clima han causado profundos efectos en la historia de la humanidad, además de transformaciones radicales en los ecosistemas. A su vez, también han influenciado de manera decisiva en formación de las instituciones. 

Este es el caso del siglo maldito como el historiador Geoffrey Parker llama al siglo XVII, cuando el clima, las guerras y las catástrofes hicieron de esta centuria una constante sucesión de desastres, los cuales, difícilmente se encuentran precedentes, la seguidilla de revoluciones, sequías, hambrunas, guerras, regicidios, epidemias que acabaron con poblaciones enteras desde Europa hasta Japón, pasando por Rusia, África y América. 

Este historiador nos muestra que la profunda crisis política, económica y social iniciada en 1618 hasta finales de ese siglo, con inviernos severos y veranos lluviosos trastocaron los ciclos agrícolas causales de hambrunas, incremento de la mortalidad y caída protuberante de la natalidad (Geoffrey Parker. El siglo maldito. Planeta, 2013).  Al relacionar el cambio climático ocurrido en el siglo XVII, expresado en la Pequeña Edad de Hielo que ocasionó la muerte de una tercera parte de la población mundial, comprendemos mejor nuestra historia. El resultado fue una crisis general del orden mundial.

Durante todo el siglo XVII, en época de profundas turbulencias durante las cuales la guerra se convirtió en la norma generalizada para resolver los problemas, Europa solo conoció tres años de paz absoluta. Los desafíos que acarrearon tan profundas perturbaciones fueron asumidos de forma diferenciada, por una parte, es uno de los momentos en que más personas (mujeres) fueron acusadas de brujería y cuando más heterodoxos se ejecutaron acusados de causar los desórdenes de la naturaleza; por otra parte, también se buscaron explicaciones en la ciencia que impulsaron la consolidación de la física y la astronomía.

Todo este desastre mundial se originó en la coincidencia de explosiones volcánicas con recurrentes fenómenos de El Niño, y la reducción de las manchas solares (Mínimo de Maunder) hicieron sinergia con las guerras para causar la desaparición de una tercera parte de la población mundial. La Pequeña Edad de Hielo fue causante del incremento del comercio de antidepresivos: tabaco, café, azúcar, y por supuesto el chocolate, así como del incendio de ciudades, como Londres en 1666 y Moscú.  

No todo fue desastres, pues en 1648 se firmó la Paz de Westfalia, tratado que puso fin a la guerra de los Treinta Años en Alemania y a los ochenta años de guerra entre España y los Países Bajos. Este tratado internacional fue el resultado del primer congreso diplomático moderno que dio origen un nuevo orden en Europa central basado en el concepto de soberanía nacional. Con este acuerdo logrado en Westfalia se estableció el principio de que la integridad territorial es el fundamento de la existencia de los estados, frente a la concepción feudal que hasta entonces regía que determinaba que territorios y pueblos eran un patrimonio hereditario. Este nuevo principio marcó el nacimiento del Estado nación. 

El historiador G. Parker, en la obra que citamos, pone el énfasis en que esta Paz de Westfalia se puede ver como una respuesta a los desastres que causó la crisis general resultante de la Pequeña Edad de Hielo y todo lo que acarreó, en especial el hastío de la guerra. 

La coda del alegro

Luego de varias décadas de progreso y de miradas optimistas, a pesar de los baches como la crisis financiera del 2008-2009, rápidamente olvidada, la naturaleza se ha encargado de recordarnos la condición de fragilidad de la humanidad. La avalancha de noticias han ocultado el tema del cambio climático. Sin embargo, diversos estudiosos están aportando nuevos elementos para que entendamos que los desastres de la pandemia del covid-19 son apenas un simulacro para lo que se viene. Uno de ellos es Bruno Latour (Cara a cara con el Planeta. Siglo XXI, 2017). 

Otro autor, David Wallace-Wells (El Planeta inhóspito. La vida después del calentamiento. Debate, 2019), argumenta que las manifestaciones del cambio climático, que desde hace unos años golpea a millones de personas, constituyen el preámbulo de la crisis general que se nos viene encima. Como lo descrito por G. Parker para el siglo XVII, estamos comenzando a transitar por una nueva crisis general. No es gratuito que la actual pandemia tuvo su origen, es lo más probable, por la intrusión depredadora de ecosistemas, por la invasión humana de la naturaleza.

Concluimos con esta observación: la pandemia de hoy es el simulacro para la próxima crisis general originada, de nuevo, por el cambio climático.

  • *033

    • Etiquetas: coronavirus, Covid 19, Epidemias, Historia urbana, Ruta de la seda
    • Visitas: 7720
    • Calificar:
      4.7/5 Rating (10 votos)

    Consola de depuración de Joomla!

    Sesión

    Información del perfil

    Uso de la memoria

    Consultas de la base de datos