Daniel González Romero*

Existen procesos que se pierden entre los complejos escenarios de transformación que se producen continuamente en las ciudades, escenarios invadidos mayormente por la desigualdad, añadido el peligro de una catástrofe eco-ambiental que acecha la naturaleza del planeta. Procesos  que se mueven y entreveran entre las crisis acumuladas de una sociedad mundializada que vive, como lo explicara Immanuel Wallerstein (2012) hace varias décadas, tiempos de incertidumbre motivados por la crisis globalizada de un sistema especulador y extractivista y por el modelo de vida que ha impuesto y reproduce. 

Esto no solo exhibe hoy las padecimientos que causa el deterioro de las condiciones de vida de millones habitantes de las ciudades y el campo, sino, sobretodo, repercute y se hace notable en el desequilibrio o agotamiento del sistema mismo y sus institucionalidades; lo que Manuel Castells (2017) discurre con una puntual reflexión como la crisis del sistema liberal.

Las ciudades del mundo, las que existen en el marco del capitalismo, planificadas y construidas en su ámbito, actualmente en la vía neoliberal, se encuentran hoy en el contexto de una crisis cuya complejidad se alimenta de la acumulación desmedida -no sólo de riqueza económica- sino de renovadas prácticas de intervención, trasladas a sus territorios vía esquemas de financiarización trasnacional, que se realiza sin fronteras, trasladando los intereses y excedentes de capital a regiones y ciudades de América Latina y otros territorios, situación que impacta soterradamente sus cualidades no solo formales y funcionales, sino además en la prolongación ambiental negativa que provoca. 

Como explica Victor Jaramillo (2021) “En las últimas décadas, la producción inmobiliaria se ha incrementado de forma colosal en muchas ciudades latinoamericanas, particularmente en Chile, México y Brasil, y en menor escala en Argentina, Colombia, Ecuador, Paraguay y otros países. 

Este boom inmobiliario es impulsado por crecientes flujos de capitales financieros globales que han encontrado innovadoras y lucrativas formas de ganancia en la producción del espacio construido. A una ola de expansión urbana periférica, conducida por la construcción de vivienda social, le ha seguido una ola de desarrollo urbano intensivo. Así, en selectos territorios de varias ciudades emergen modernos rascacielos con viviendas de lujo o sociales y oficinas, torres de corporativos; así como centros comerciales”. Al mismo tiempo que se acelera la discriminación y segregación socio-humana, de marcada raiz clasista, en el uso y disfrute de esta. 

Según información del Banco Mundial, en América Latina en los años setenta  y hasta casi fines del siglo pasado, se había reducido la desigualdad salarial de forma continua y moderada y crecido una clase media, convertida en sujeto de crédito y comunidad consumidora. Sin embargo, dicha información no podía ocultar que seguía siendo no solo el continente más urbanizado cuyas contradicciones le inscribieron en el mundo, y sigue desde entonces, como el continente donde se produce la mayor desigualdad. Evidente presente socio-espacial, al que se ha sumado, paso a paso, el descrédito político de partidos y gobiernos; lo mismo el de su cualificación “democrática”.      

Hoy en el mundo y en nuestras ciudades se suceden y agregan otros procesos, no nuevos pero si crecientes, para las que no se encuentran respuestas y soluciones viables en el corto plazo: la olas de migración, el riesgo de la violencia ejercida por el crimen organizado, el creciente margen de desempleo que surge de  nuevas nociones laborales, el déficit de los servicios de salud y de educación -no digamos ya de apoyo a la superior y la investigación científica- y el uso del territorio para la modificación productiva al servicio de intereses corporativos transnacionales y socios locales. Entre otros, el uso del suelo urbano y la alimentación, fenómeno este último poco observado y estudiado (lo estamos haciendo ya). 

En estas varias reflexiones, no se puede dejar sin anotar que el cambio climático no es una película de ciencia ficción, incluye todo, seres vivos y territorios, como lo demostró la pandemia. Lo mismo acerca de la inteligencia artificial y sus peligros excluyentes que impactan y ahondan otros problemas resultantes.

Desde esta perspectiva, la ciudad y las instituciones de educación superior constituyen un lugar privilegiado para reflexionar y preguntarnos sobre las relaciones y la esencia vinculante en los procesos globales y, especialmente, hasta donde se puede dejar sin atención a fondo el margen de las desigualdades sociales en América Latina. No olvidemos que las ciudades son manifestaciones de algo más que un asunto de planeación física y urbanización de territorios; quizás es tiempo de recuperar la esencia política de la ciudad en su sentido social significante.