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Cierre de espacios de sociabilidad por la pandemia debilita la vida urbana

Publicado el Lunes, 18 Enero 2021, en Divulgación académica, Destacados

Al cumplirse un año del inicio de la pandemia, el mundo sigue registrando las diversas consecuencias que, más allá de la salud, resultan como producto de las acciones que los gobiernos han tomado para tratar de apañar los efectos del virus sobre la vida de las personas. 

Bogotá a cielo abierto, estrategia en la capital colombiana para reactivación de gastrobares / Foto Alcaldía de Bogotá

 

Según cada sociedad y tipo de gobierno, encontramos que algunos han sido más exitosos que otros, pero en general, como denominador común, tenemos que las cuarentenas y los cierres de las actividades cotidianas es lo que predomina en todo el mundo.

Uno de los efectos directos de esta pandemia es el de la crisis de los servicios que se encuentran en las ciudades. La vida urbana cambió drásticamente y en especial, de manera contundente, la sociabilidad ha padecido una transformación radical. El saludo cambió y el saludo de manos fue sustituido, en algunos casos, por un extraño roce con los codos. De todos los nuevos comportamientos el que mayores efectos acarrea es el del distanciamiento social por los dos metros entre los usuarios de los espacios públicos.

Como dice el refrán medieval: “cada cual habla de la feria según le va en ella”; todos los prestadores de servicio presentan sus quejas de encontrarse al borde de la quiebra y próximos a cerrar sus locales. En muchos casos esto es cierto y las estadísticas muestran que la contracción económica es generalizada. Pero más allá de las cifras, queremos referirnos a los efectos en la vida urbana, y en particular a la sociabilidad, esta condición humana de ser seres sociables por naturaleza, ejercitamos las relaciones sociales como parte de nuestra existencia.

Los espacios de sociabilidad moderna, como el café, precedieron a las revoluciones burguesas y fueron los lugares donde se difundieron las ideas modernas. El siglo XVII vio surgir el café, el lugar, primero en Venecia (1625) y rápidamente en otras ciudades europeas, como lugares de sociabilidad donde se iba a consumir una bebida no alcohólica, y donde se discutían las ideas que empezaban a circular de manera subversiva. En Londres se inauguró en 1635 el Coffee House y en París en 1684 el café Procope. En Bogotá, en 1820 comenzó a funcionar el Café Boyacá, lugar de animado tertuleo de los patriotas. En síntesis, el café anuncia a la sociedad moderna y se constituye en una de las primeras expresiones del espacio público, de la nueva sociedad urbana. Esta es la historia de los cafés en Bogotá en la segunda y tercera década del siglo XX, como la del café Automático, entre otros, lugar de tertulias de poetas e intelectuales que animaron la difusión de ideas en la ciudad hasta entonces inmersa en la tradición.  

Precisamente esto es lo que está en peligro en la actualidad. Más allá de las noticias de las crisis económicas y de los empleos perdidos, de los propietarios quebrados y de los sueños truncados, noticias dolorosas por demás, está en riesgo uno de los motores de la vida urbana moderna más importante que tenemos. Si en el pasado era el café el eje de la difusión de las ideas modernas exclusivamente, ahora se le suman los restaurantes, así éstos hayan precedido al café en la historia de las ciudades.

Las noticias están llenas de información sobre el cierre de restaurantes. En Nueva York, considerada como la capital de los restaurantes en el mundo, en agosto pasado se calculaba que el 87 % de estos establecimientos no podían pagar el alquiler. Esto llevó a formular la pregunta de “Si los restaurantes se van ¿qué pasará con las ciudades? Los restaurantes han sido cruciales para atraer a los jóvenes y altamente educados a vivir y trabajar en las ciudades centrales” (New York Time, 3 de noviembre 2020). En septiembre la alcaldía de esta ciudad calculaba que cerca de la mitad de los 24.000 restaurantes de la ciudad podrían cerrar. Allí, el 43 % de los bares se vieron obligados a cerrar en octubre. No es poca cosa, en un país donde en 2019 en los restaurantes y bares se produjo el 47 % del consumo total de alimentos, en ciudades con población mayor a 2,5 millones de habitantes (Ibid.) todo este ecosistema urbano está en riesgo ahora que comienza el 2021 con nuevos cierres y cuarentenas más estrictas.

Pero no se trata solamente de cifras económicas. La desaparición de los restaurantes y cafés debilita sustancialmente la vida urbana de las metrópolis, pues el incremento de productividad de ellas en buena parte se debe a la capacidad de atraer a jóvenes de alto nivel educativo, que le apuestan a la creatividad, quienes se reúnen en estos espacios públicos para compartir ideas. Así, el cierre de estos negocios tiene un impacto más allá de los empleos de los que prestan servicios.

Se ha calculado que en los Estados Unidos en la década 1910, antes de la prohibición del consumo de licor, varios Estados aprobaron leyes que prohíben el consumo de alcohol, lo cual provocó el cierre abrupto de los bares y tabernas. Una de las consecuencias fue que en estos lugares el número de patentes registradas disminuyó. Es evidente la relación entre el número de espacios públicos funcionando y el registro de inventos. Para fines del siglo XX, hay estudios que registran la relación entre la expansión de la cadena de cafeterías Starbucks y la actividad de patentes (Ibid.) Esta relación no es una simple coincidencia. Esto viene sucediendo desde el siglo XVII.

Si bien los restaurantes y cafeterías son negocios de alta rotación, vale decir que si uno quiebra otro lo reemplaza, la amenaza contemporánea es que como resultado de esta pandemia se esté erosionando la base que hace que los restaurantes y cafés funcionen, al ser los habitantes urbanos quienes frecuentan estos negocios. Desde la crisis de 2008 se ha iniciado una migración de urbanitas a los suburbios, tendencia que se ha acelerado el año pasado, tanto por los altos costos de vida en las grandes ciudades, como también por la extensión del trabajo a distancia.

En conclusión, estamos atravesando por un punto de inflexión de las grandes ciudades, donde sus espacios públicos están cambiando, dinámicas que pueden ir en detrimento de la sociabilidad tal como la conocemos, con efectos negativos en la innovación, la difusión de las ideas y de las relaciones sociales. Otras vendrán, diferentes a las que conocemos, por supuesto. Como sucedió en el siglo XVII.

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    Escrito por Fabio Zambrano Pantoja, director del IEU

    Las opiniones contenidas en este artículo no expresan la posición institucional del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia. 

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