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Nuevas formas de protesta en Cali, la capital de la resistencia

Publicado el Sunday, 16 May 2021, en Divulgación académica, Destacados

Ha surgido un rasgo novedoso de la acción colectiva contenciosa en Cali, que se expresa con mayor nitidez en el marco de esta profunda crisis que atraviesa el país. Hay una nueva imagen de Cali como capital de la resistencia, una idea que tiene muy complacidos a muchos de quienes están en el paro y ciertamente recoge el hecho de que los acontecimientos de los últimos días en Cali han sido más intensos que en otras ciudades del país.

 

*Esta nueva imagen se suma a una colección que se inició hace muchos años, cuando en 1971 Cali fue sede de los IX Juegos Panamericanos. En esa ocasión la ciudad sufrió una gran transformación física y mental que dio origen a la idea de Cali capital deportiva de América. Luego vino otro momento que convirtió a Cali en capital de la salsa, un género musical que entró por Buenaventura y se instaló de forma duradera en el alma musical de la capital vallecaucana. Después de esto, ya en los años ochenta del siglo pasado, se generó la imagen de Cali capital del narcotráfico, una condición que en este caso fue compartida con Medellín, cuando existían grandes carteles. 

Posteriormente no había aparecido otra imagen que dotara de igual identidad a la ciudad, hasta los últimos años cuando se ha tendido a afianzar la de Cali como capital de la resistencia. El antecedente más notable de esta idea se remonta a noviembre de 2019 cuando hubo la gran movilización nacional contra la reforma tributaria de turno y otras políticas gubernamentales, parecida a la de ahora, diluida a causa del paréntesis que obligó a abrir la llegada de la pandemia del Covid-19, un paréntesis que parece haberse cerrado en abril del año en curso, cuando la protesta emergió de nuevo. 

En aquella ocasión, un lugar emblemático ubicado al oriente de la ciudad conocido como Puerto Rellena fue rebautizado con el nombre de Puerto Resistencia. Es una especie de ‘estrella vial’ en la que convergen siete u ocho calles distintas que conectan entre sí varios barrios populares adyacentes y, al ser bloqueadas simultáneamente, hacen que surja un gran espacio de características similares a las de una gran plaza urbana capaz de albergar grandes concentraciones de gente. Esta ‘plaza’ tiende hoy a reemplazar otras más tradicionales, se ha convertido en el sitio al cual van a dar las grandes marchas, las grandes manifestaciones. Esto es significativo, porque no solamente se está renombrando un lugar sino llenándolo de nuevo contenido y, además, es un hito entre varios otros que están cambiando el mapa de la ciudad, con nuevos referentes. Porque no es el único caso. Desde finales de 2019 al menos otros dos lugares cambiaron de nombre: la Loma de la Cruz ahora se llama Loma de la Dignidad y el Puente de los Mil Días ahora tiende a ser denominado el Puente de las Mil Luchas. Estos ejemplos muestran cómo está surgiendo una nueva realidad urbana, no solo simbólica, que sirve de sustento a la idea de Cali como capital de la resistencia.     

Esta imagen ha cobrado fuerza entre los activistas de las protestas actuales porque recoge los efectos de una táctica relativamente nueva de acción colectiva contenciosa, que por ahora no figura en ninguna otra ciudad de Colombia, aunque hay atisbos de ella en Bogotá, Pereira y Popayán. Consiste en que, para garantizar que el paro realmente paralice las actividades económicas de la ciudad y no sea solo una jornada de protesta, se bloquean cruces viales en los cuales se levantan barricadas artesanales y se concentran grupos de jóvenes que los defienden con firmeza, decididos a resistir cualquier intento de levantarlos. Son literalmente puntos de resistencia, actualmente hay por lo menos 13 a lo largo y ancho de la ciudad, unos más consolidados que otros. Esta es una táctica nueva, lo que vimos hasta antes de la pandemia, en 2019, fueron enormes manifestaciones que recorrían varios kilómetros hasta llegar a la Plaza de San Francisco frente a la Gobernación o a la Plazoleta del Centro Administrativo Municipal frente a la Alcaldía. 

La dinámica de los bloqueos con barricada se ha afianzado, descentralizado y autonomizado tanto, que no obedece directrices venidas de fuera, ni siquiera las del comité que organizó inicialmente el paro; obedecen a otra lógica y tienen sus propias consecuencias. La existencia de una red de puntos de resistencia resulta extraordinariamente eficaz al comienzo, pues garantiza la parálisis de la ciudad, pero tiende a desgastarse con el paso de los días, pues incomoda a los transeúntes no comprometidos en el paro, impide el abastecimiento de gasolina, medicamentos y víveres, interfiere otras formas de movilización ciudadana o expresión de descontento, tienden a radicalizar la interacción con los vecinos, sobre todo cuando no son de barrios populares, y obviamente con la policía. Se concentra en resistir el máximo de tiempo posible en puntos fijos que se coordinan entre sí a través de teléfono y redes electrónicas, auspician marchas o caravanas siguiendo la ruta de los lugares en que están ubicados, generan infraestructura logística a su alrededor. Es una nueva táctica en pleno desarrollo con sus propias consecuencias. Esto explica la singularidad de la situación en Cali en las últimas semanas y sus diferencias con lo que ha ocurrido en otras ciudades del país. 

Esta dinámica no impide el círculo de violencias que habitualmente se genera cuando hay grandes movilizaciones populares, con bloqueos internos o sin ellos en las ciudades. En presencia de grandes protestas sociales masivas, como las de noviembre de 2019 y abril de 2021 en Colombia, la primera violencia que aparece es la que proviene de la represión policial, un cuerpo supuestamente especializado en el control del orden público que en realidad demuestra muy poco profesionalismo en el cumplimiento de su función, pues produce más violencia de la que busca controlar y se comporta de manera incluso brutal y criminal ante algunos sectores de los manifestantes, principalmente los jóvenes. 

Inmediatamente después, como reacción ante esa primera violencia, surge una segunda que los analistas denominan violencia colectiva, que trata de contrarrestar los excesos de la represión, defenderse de ella, devolviendo los ataques. Luego, una vez creada esa dinámica de interacción violenta entre policía y manifestantes, surge la violencia oportunista de quienes no son protestantes o lo son a medias, aprovechan la oportunidad y se dedican al saqueo o la destrucción de bienes públicos, es una tercera violencia surgida del desorden. Un cuarto tipo de violencia ha surgido esta vez, a cargo de los que podríamos denominar ‘vengadores’, habitantes de los barrios acomodados de la ciudad que dicen sentirse secuestrados por los bloqueos y se creen moralmente superiores a quienes protestan, “los buenos somos más”, afirman. Deben ser diferenciados del resto de la población que habita los barrios altos, que no usa armas, no ejerce violencia física, hace pequeñas marchas y llega a acuerdos con quienes protestan para hacer más llevadera la situación. Hay finalmente una quinta violencia en potencia, la del ejército, que es organizada y profesional para fines distintos del control de las protestas ciudadanas, ha sido utilizada con moderación hasta el presente en esta coyuntura y, en el caso de Cali, ha estado dedicada a intimidar con su imponente presencia y a remover escombros.   

Los jóvenes de los barrios populares, principales protagonistas de la táctica de resistencia que ha sido mencionada, merecen una respuesta que no puede ser la represión. Están llenos de carencias, no tienen expectativas claras sobre lo que será su futuro, sus demandas requieren atención integral. 

 

*Intervención de Jorge Hernández Lara, profesor titular de la Universidad del Valle. Investigador del Centro de Investigaciones y Documentación SocioEconómicas (CIDSE). Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Magíster en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO - México. 

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    Las opiniones contenidas en este artículo no expresan la posición institucional del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia.

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