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Bogotá, en primera línea, de cara a sus quinientos años

Publicado el Monday, 02 August 2021, en Divulgación académica, Destacados

Bogotá celebra su cumpleaños número 483 en medio de la mayor conmoción urbana de la historia colombiana, que se extiende ya por más de tres meses y que no tiene trazas de terminarse.

 

Escrito por:
Fernando Viviescas1
Instituto de Estudios Urbanos

En lo fundamental, porque nadie ni ninguna instancia en las esferas económicas y políticas del poder del establecimiento muestra la más mínima capacidad de comprender las razones por las cuales la gente está en la calle y por qué, por primera vez, a pesar del brutal y tradicional despliegue de fuerza represora que ha hecho el gobierno: asesinando, desapareciendo y mutilando a centenares de ciudadanas y ciudadanos -en su gran mayoría jóvenes- las multitudes urbanas siguen en el espacio público y se niegan a abandonar los “Portales, Puentes y Puertos de Resistencia” que han levantado en las distintas urbes del país.

Esa ignorancia se extiende también a los llamados sectores alternativos o contestatarios y por supuesto a aquellos que de una u otra manera llenan las páginas y los espacios radiales y televisivos de los medios oficiales de comunicación e, incluso, de muchos ámbitos de las redes sociales en los cuales han dejado sentado que aunque no les gusta el gobierno de Duque y ya empiezan a detestar a su principal mentor, en todo caso, tampoco están de acuerdo con “unas masas que no dicen explícitamente lo que quieren y se eternizan sembrando el desorden y perturbando la tranquilidad ciudadana”, esto es, el bien más preciado de “aquellos que no protestan sino que producen.”

Ni los unos ni los otros han podido entender que lo que salió a las calles de las urbes colombianas -a diferencia de lo que sucedió hace 73 años en abril de 1948 cuando se perpetró el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán- es la entidad consciente de la ciudad contemporánea: la reivindicación de la dignidad integral de la existencia soportada en un conocimiento profundo sobre lo que significa la vida -individual y colectiva- ya adentrándose en el siglo XXI, constituido y desarrollado por las masas en el interior del espacio urbano que siempre se vio como marginal por el establecimiento y que, por ello, se creyó que permanecería en la ignorancia.

Se asombran y/o escandalizan porque, además de denunciar la paupérrima economía que a sangre y fuego han mantenido unas élites sin imaginación suficiente para construir, siquiera, una base capitalista más o menos decente, las mujeres y los hombres que salieron de los barrios de Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Barranquilla y de Ibagué, etc. reclaman ámbitos para el desarrollo de educación de calidad, de empleo digno, de cultura, arte, ciencia, tecnología e innovación. 

Por ese mismo desconocimiento extendido, también hemos podido leer la perorata de algunos intelectuales y académicos que en sus columnas de opinión -o de “influencers”- se quejan de lo “abstracto y generales” que son los discursos que soportan el bloqueo de las calles y de los parques porque están atravesados por la propuesta exhaustiva de la lucha contra el machismo, la misoginia, la homofobia, el racismo, la xenofobia; el calentamiento global y por la responsabilidad ambiental.

Todo el espectro político e intelectual del país se ha visto sobrepasado y expuesto en su provincianismo y atraso conceptual y programático por unas masas urbanas que, por el contrario, plantan a Colombia en el medio del escenario de la inaplazable reinvención de la política que ha empezado a darse en todo el orbe -y expresado también en todas las metrópolis contemporáneas- precipitada por la irrupción del Covid 19, claro, pero sobre todo por el agotamiento del neoliberalismo.

Todas esas versiones del establecimiento que anhelan “volver a la normalidad” -sin detenerse un momento en comprender qué es esa tal “normalidad” ni asumir toda la miseria intelectual y material sobre la que está construida en Colombia-, y que se reclaman de una estirpe que vive en “la decencia y la entrega al trabajo y a la familia” y que se enervan porque no pueden transportarse tranquilamente por las calles y ante las paredes pintadas, desconocen la más grande transformación cultural  que se ha producido en este país y que ahora, como nunca antes, se expresa en las plazas y parques de Bogotá, de Cali y de todas las demás ciudades.  

En ese conjunto se ignora que la construcción urbana que se inició hacia el final de la década de los años cincuenta del siglo pasado ha llegado a aglutinar a más del 75% de la población viviendo en los centros urbanos de nuestra geografía -y en Bogotá ha construido una de las más importantes metrópolis de América Latina- pero no ha logrado configurar, especialmente en el orden institucional dominante, una cultura urbana moderna: democrática, cosmopolita, racional, científica, innovadora y sostenible. 

No se sabe tampoco que ante esa incapacidad intelectual y ética de las castas dominantes, a diferencia de todas las ciudades del continente, nuestras urbes -esto es, nuestra población, especialmente la más vulnerable económicamente- han tenido que edificarse en medio de la permanencia de una violencia política que les ha impedido configurar una relación ilustrada con la democracia, con el espacio público, con la innovación productiva y amigable con el medio ambiente.

No se reconoce que a la ciudadanía de las urbes colombianas le ha tocado jugar su liderazgo cultural y político por la democracia y la modernidad en medio de una guerra permanente de ochenta años -protagonizada por las élites económicas y políticas y sus ejércitos regular e irregulares contra unas guerrillas adscritas a un abanicado y confuso espectro político- que ha pervertido en todos los sentidos el itinerario de nuestro trasegar como nación hacia el siglo XXI.

Más lamentablemente, se desconoce que  en medio de esa guerra, esa construcción de ciudadanía moderna ha podido superar el Frente Nacional (posiblemente el culmen de estatuto anti ciudadano); alcanzó la elección popular de alcaldes en 1986; propició la redacción de la Constitución Política de 1991; sustentó la expedición de la Ley 388 de 1997, que busca el ordenamiento estratégico del territorio urbano para superar la dañina urbanización “predio a predio” y, finalmente, rescató y logró la aprobación constitucional por el Congreso del Acuerdo de la Habana con las FARC en 2016, que permite trasladar definitivamente la referencia político-cultural de las áreas rurales a las urbanas.

Hasta ahora esa era una ciudad -una ciudadanía pensándose y determinándose conscientemente como sujeto de su destino- inédita pero, como ha quedado demostrado en más de tres meses de continua presencia en toda la geografía nacional, ahora inaugura su emergencia con plena consciencia de su vigencia, su viabilidad y sustentabilidad futuras. 

En efecto, la versión de lo urbano que se instala en las calles y plazas de los conglomerados nacionales -en la coyuntura convocada por el Comité del Paro Nacional, después de diez meses de dilación e ignorancia del gobierno de un pliego de peticiones presentado a su consideración por las centrales obreras desde junio de 2020- tiene la potencia y la contundencia que le dan la inteligencia y el conocimiento que se ha forjado la población urbana colombiana en casi noventa años de estar construyendo varias de las más complejas metrópolis del continente.

Un inmenso territorio urbano -más de la mitad de las tramas de todas nuestras grandes ciudades distribuidas por la geografía colombiana- y un extraordinario cuerpo de pensamiento, imaginación y creatividad que han edificado nuestras masas populares citadinas en la construcción cotidiana de un trasegar pensado del ser individual y colectivo.

Por ello, la ciudadanía del siglo XXI que ahora se apodera de las avenidas y bulevares no puede ser comprendida por el establecimiento que, desesperado por su propia limitación cognitiva, la reprime violentamente desde el principio dándole la única interpretación que reconoce: el de acciones perpetradas por un -supuesto o inventado- enemigo que hay que enfrentar mediante la utilización a fondo de los aparatos militares y militarizados de que dispone legal e ilegalmente.

Con lo cual lo único que ha producido es reeditar y multiplicar a nivel nacional la metodología de la “Operación ORIÓN”, esa  brutal masacre que se llevó a cabo en uno de los momentos más álgidos del conflicto armado con las FARC, en la Comuna Trece (San Javier) en Medellín, en octubre 16 y 17 de 20022.

Hace dos décadas las fuerzas combinadas del aparato militar del Estado fueron hasta el interior del mundo urbano que en el suroccidente de Medellín se había construido durante cincuenta años, a tratar de sacar a las milicias (FARC, ELN y algunas otras) de esos barrios, después de que, antes, habían estado bajo un sometimiento indigno al despotismo criminal alternativamente de los paramilitares y del simple lumpen de las bandas de la Terraza.

Contrario a esa vigencia de la barbarie y para superarla, lo que muestran las mujeres y los hombres de la Bogotá que se acerca a los 500 años de existencia en “Puerto Resistencia”, en la Avenida de las Américas, en el “Puente de la Dignidad”, en Usme, pero también en el “Parque de los Hippies” y en el Monumento a los Héroes, son las bases de inteligencia y sensibilidad sobre las cuales hay que solidificar el futuro de la vida urbana, que lleva más de dos décadas mostrando cuál es el camino que una sociedad consciente de su existencia tiene que buscar para construirse y vivir en dignidad.

Pero, claro, hay que respetarlas y estudiarlas.

  • Arquitecto Urbanista, Profesor Emérito de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor de la Maestría en Gobierno Urbano del Instituto de Estudios Urbanos.

    2Para tener una idea inteligente y sensible de la dimensión trágica, y por ello trascendente, que tiene este acontecimiento, ver la obra Duelos de la artista Clemencia Echeverri, 2019. https://www.clemenciaecheverri.com/studio/index.php/proyectos/duelos-2019 También es fundamental: Pablo Montoya, La sombra de Orión (Bogotá: Penguin Random House, 2021).

     

    *187

    Las opiniones contenidas en este artículo no expresan la posición institucional del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia.

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