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Barranquilla: gentrificación y carnaval

Publicado el Saturday, 29 October 2022, en Divulgación académica, Destacados

Al lado de la cartografía de los centros comerciales, que aparecen sin cesar en la vida citadina, los llamados rascacielos criollos que últimamente cuando se revisan las fotografías de Barranquilla son los más abundantes, no aparecen ni iglesias, ni espacios patrimoniales, ni museos.

 

Danny González Cueto*

Durante las fiestas populares de Barranquilla se suele decir que es la única ocasión en que el espacio público existe. Las vías de la ciudad se convierten en multitudinarias zonas peatonales en las que los vehículos pasan a un segundo plano. Conviven en alguna forma personas y máquinas en un momento en que impera una ley proveniente de la sociedad civil, y no de las instituciones políticas. Quizá porque el carnaval lo absorbe todo, o como lo pensara Gabriel García Márquez: “Barranquilla es Macondo urbanizada”. Pero hoy está amenazada por la gentrificación y un programa de refundación que le quita lentamente a la metrópolis caribeña su infraestructura cultural. 

La razón que provocó esta reflexión viene de una serie de imágenes que se han desarrollado en los últimos años, y que confirman el programa de gentrificación desmedido que la política ha puesto en marcha allí, acompañado curiosamente de iniciativas públicas de recuperación de parques y espacios verdes. Por parte de la Alcaldía la recuperación de diminutos parques, angostos bulevares y un supuesto acercamiento al río Magdalena a través del llamado Malecón, y de la Gobernación del Departamento del Atlántico, la extensión y recuperación de la Plaza de la Paz, hoy llamada Juan Pablo II, en memoria del único papa que visitó la ciudad en 1986 y dio un sermón al aire libre desde la Catedral Metropolitana María Reina, que preside la Plaza. 

Los hechos anteriormente mencionados se asocian a otros particularmente disfrazados de progreso pero en realidad parte de los planes de gentrificación ejecutada recientemente: la construcción de centros comerciales que han levantado pequeños guetos con aire acondicionado como el Mall Buenavista con dos puentes que aíslan a los visitantes en un mundo alejado de la realidad circundante, el Viva, que se yergue sobre el antiguo Colegio Alemán, cuyas instalaciones premio de arquitectura fueron vendidas para dar paso a esta mole sin identidad, o el anunciado con bombos y platillos Parque Allegra, en el suroccidente, como espacio de comercio y entretenimiento, todos en alguna forma han favorecido la imagen de seguridad frente a aquella de la inseguridad galopante que vive la ciudad con una frecuencia inusitada y que fueron los únicos que siguieron en pie después de la pandemia Covid-19. 

Al lado de la cartografía de los centros comerciales, que aparecen sin cesar en la vida citadina, los llamados rascacielos criollos que últimamente cuando se revisan las fotografías de Barranquilla son los más abundantes, no aparecen ni iglesias, ni espacios patrimoniales, ni museos. Recientemente fue inaugurado por el rey de España, The Icon, de 42 pisos, 176 metros con 56 apartamentos, ubicado al norte de la ciudad. Tal fue el bombo de la pasada administración nacional, que cualquiera hubiera creído que se trataba de una obra pública. En realidad era un edificio privado. O la construcción de varias edificaciones o urbanizaciones tipo colmenas, en las cercanías de la zona patrimonial de la plaza Juan Pablo II, llamadas La plazuela, que ya bloquea las vistas del río mientras da la vuelta por la vía cuarenta. Allí justamente donde la Gobernación se enorgullecía de haber recuperado la Casa Catinchi, parte del complejo de la plaza-parque que incluye una pirámide de vidrio, creyendo que emula la diseñada por el arquitecto Ieoh Ming Pei, para el Museo del Louvre en los años ochenta. 

En 2019, antes de los difíciles años que vinieron, un movimiento de ciudadanos con mentalidad crítica decidió unirse para sentar su voz de protesta por la pérdida de los escenarios culturales. Especialmente indignados por el cierre del Teatro Municipal Amira de la Rosa, para lo que la nueva administración distrital dijo no poder hacer nada frente a la responsabilidad del Banco de la República; la caída a pedazos de la única Escuela de Artes, la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico, hoy en un lento proceso de restauración después de las luchas de resistencia manifiesta del movimiento estudiantil de la misma institución; o la promesa de un complejo conocido como Parque Cultural del Caribe, en el que se inauguró en 2009 el Museo del Caribe, que no pudo mantenerse abierto debido a problemas presupuestales, y un Museo de Arte Moderno, que se quedó en el camino de su total financiación, unas cuantas tejas y unos muros, pero nada más. El movimiento de Ciudadanos por la Cultura se quedó en un chat frente a la ingente fuerza de una comunidad autocomplaciente y convencida de una pujante transformación. 

En ese contexto, contrario a lo que piensan muchos, el Carnaval también se ha visto afectado, dividido en una serie de eventos que son fácilmente reconocidos y otros que alineados en las nuevas márgenes de la ciudad, terminan mostrando el resultado de este programa público que desvirtúa las posibles rutas y potencias de las identidades culturales que cohabitan y resisten en el territorio. Frente al carnaval del denominado “cumbiódromo” que recorre la vía cuarenta junto al río, la calle 17 en el suroccidente de la ciudad, recuerda la zona patrimonial de dónde provienen la mayoría de las tradiciones de las fiestas. La cantidad de medios y artistas de la farándula nacional que se concentran allí en torno a la figura de la Reina del carnaval crea tal contraste con aquella vía que desemboca en el boulevar del barrio Simón Bolívar, y que tiene al Rey Momo como emblema. Así surgió una de las propuestas alternativas que desde hace poco tiempo intenta recobrar el imaginario de la cultura popular llevando la atención a los barrios patrimoniales del carnaval (Rebolo, Las nieves, Simón Bolívar, etc.): La Nave de lxs locxs, laboratorio integrado por artistas que reivindican las resistencias culturales de las fiestas e interactúan con quienes integran el espacio patrimonial. 

Frente a una gentrificación que parece reconfigurar espacios e imaginarios, convirtiendo la urbe en una serie de ciudadela de adefesios: la llamada Ventana al mundo inaugurada en 2018 fue justificada por sus promotores como más que “una simple ventana… una que mostrará la historia de Barranquilla a través de una galería al aire libre y refleja el desarrollo y el potencial de una ciudad en constante crecimiento”; la Aleta de tiburón, otro símbolo que los empresarios obsequiaron esta vez en homenaje al equipo de fútbol de la ciudad, que parecen evocar los sueños de una clase social que parece querer copiar una Miami o Las Vegas en los Estados Unidos, pues su mayor apuesta de futuro está en el Arena del río, un gigante multiusos que estará ubicado en el Malecón; encontramos las iniciativas civiles impulsadas por artistas, como Casa de Hierro, Casa Morón, Luneta 50 o Casa Moreu, o los espacios expositivos Casa Verde y Casa Cultural El Bolsillo, nacidas en los barrios Abajo, Modelo, Bellavista y Boston. La ciudad parece estar buscando un equilibrio entre las prácticas artísticas y su carnaval. Lejos de refundarla como quieren los políticos, los gestores culturales quieren revigorizarla. 

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    Realizada por: Danny González Cueto 

    *Doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense de Madrid.

    Profesor investigador de tiempo completo de la Cátedra de Estudios Visuales y

    Audiovisuales en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del Atlántico desde

    Actualmente dirige el Grupo de Investigación Feliza Bursztyn de la misma

    institución. Ha publicado en revistas y libros nacionales e internacionales.

    Las opiniones contenidas en este artículo no expresan la posición institucional del Instituto de Estudios Urbanos de la Universidad Nacional de Colombia.

    • Etiquetas: Barranquilla, Carnaval, Gentrificación
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