Carlos Alberto Patiño Villa*

Entre la noche del día 23 de febrero y la madrugada del día siguiente, un cuerpo militar de más de 190.000 tropas rusas inició la invasión a Ucrania, por tres flancos diferentes: desde el norte, con mínimo dos cuerpos principales de infantería, partiendo tanto de territorio ruso como bielorruso; desde el oriente, con por lo menos tres rutas de invasión, con tropas de infantería e infantería de marina, partiendo desde territorio ruso; y por el suroriente, con diversos puntos de ataque, con la participación de tropas de infantería de marina y buques de diverso propósito, que desde entonces han utilizado diverso tipos de armamentos y misiles. 

Durante el primer mes de guerra la estrategia se centró básicamente en una guerra relámpago, tal y como se ha podido ir comprobando con base en la información provista por los medios oficiales militares rusos, que pretendía tanto la toma de la capital, Kiev, como la rendición del gobierno presidido por Volodimir Zelenski, a la vez que someter la mitad oriental del territorio ucraniano. Después de esto vendría una etapa posterior que conllevaría el establecimiento de un control de la zona occidental del país, asegurando el control sobre la ciudad de Leópolis. 

Del 24 de febrero al 24 de marzo las tropas rusas ingresaron al territorio ucraniano rápidamente durante las dos primeras semanas, apoyados por la fuerza sin lograr la superioridad, aunque sí infligiendo serios daños a las defensas antiaéreas ucranianas, y a los sistemas de comunicación. 

Para las siguientes dos semanas las tropas rusas comenzaron a mostrar estancamiento en sus avances terrestres, ocasionado por problemas en la logística para el abastecimiento de combustibles, municiones, alimentos, medicamentos, equipos médicos, y la reposición de equipos militares. A estas situaciones hay que sobreponer, de forma enfática, lo que se constituyó en la sorpresa militar de la guerra: el ejército ucraniano logró resistir los dos primeros meses de forma inesperada, ocasionando un número elevado de bajas entre las tropas rusas, tanto en combates directos entre núcleos posicionados de fuerzas combinadas, como en ataques sorpresas y emboscadas. 

Esta resistencia resultó crucial a la luz de la experiencia militar rusa de las dos últimas décadas, que en general había sido exitosa tanto en intervenciones internas, como las ejecutadas en las dos guerras de Chechenia en la década de 1990, como en la guerra contra Georgia en 2008, o la intervención en la guerra interna en Siria. 

La resistencia de Ucrania ha tenido dos pilares de fondo: la reacción del mundo Occidental, también sorpresiva para Moscú, sobre todo luego de la reacción pasiva, sino indiferente, que este había tenido frente a los eventos de 2014, cuando tropas rusas tomaron el control de la península de Crimea, e iniciaron una guerra irregular indirecta en la región del Dombás. El segundo pilar ha sido aún más importante: la reacción del presidente Zelenski para dirigir a una sociedad como una nación en construcción, que libra una guerra de independencia, contra lo que se considera una dominación imperial prolongada por casi tres siglos, como lo han señalado historiadores como Serhii Plokhy, y con sometimientos tan brutales como los presentados por historiadores como Timothy Snyder o Anne Applebaum. 

Para mediados del mes de abril, luego de más de 45 días de guerra, Rusia cambió de objetivos y de estrategia en la guerra, nombrando incluso a un nuevo comandante sobre el terreno, el general Alexander Dvonikov, responsable de la estrategia de guerra urbana radical en el territorio sirio, con la que le dio soporte militar a la victoria de Bashar Al Asad. El objetivo desde ese momento hasta cuando se escribe este texto ha sido conquistar la franja oriental de Ucrania, principalmente la zona de Dombás, sobre la costa del Mar de Azov, eliminando cualquier capacidad y presencia de la Armada de Ucrania, para conectar el territorio ruso con la península de Crimea, para la costa occidental de Azov, y desde allí intentar la toma de Odesa y la conexión con Transnistria. 

Para el desarrollo de este cambio se hizo imprescindible la guerra urbana, como en una campaña medieval, para tomar las ciudades más importantes. En dichas tácticas los rusos se han empeñado no solo en la toma de las ciudades, sino en la eliminación de las que se resistieran, como en Mariúpol, bombardeada de forma constante, hasta neutralizar casi hasta la total eliminación a la unidad de apoyo militar que combatía desde las plantas subterráneas en la acería Azovstal. 

La guerra urbana sobre suelo ucraniano ha destapado serios crímenes contra la humanidad como los cometidos en Bucha, cerca a Kiev, o en Kramatorsk, pero también en Járkov. Algún historiador ha recordado la brutalidad de la guerra contra y en Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial, al comentar los hechos vistos en Mariúpol en este 2022. 

La guerra urbana, hoy, como en la antigüedad o en el período medieval, siempre apunta a lo básico: las ciudades son el punto de construcción de los Estados, las zonas en donde se concentran las poblaciones y donde se generan la cultura y la riqueza. En este contexto no es extraño que los nuevos ocupantes de las ciudades ucranianas ya hayan iniciado con cambios simbólicos e instituciones básicas, tales como introducir el rublo, cambiar las autoridades y los términos territoriales de las nuevas entidades municipales y regionales.